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OPINIÓN

2 de diciembre de 2025

El caso Whirlpool: no es la industria en crisis, es un modelo

El caso Whirlpool: no es la industria en crisis, es un modelo

En las últimas semanas, las noticias sobre cierres, achiques y reconversiones industriales se repiten con una frecuencia casi quirúrgica. Cada día parece agregar un nuevo nombre a una lista que crece: Whirlpool, Color Living, Essen, Mave, DBT, Granja Tres Arroyos, textiles en La Rioja, jugueteras que ya hablan de una avalancha imparable de importaciones chinas. Y la pregunta que se impone es inevitable: ¿son problemas individuales o estamos presenciando el derrumbe completo de un modelo?

El caso de Whirlpool es tal vez el más ilustrativo, no por su magnitud sino por su simbolismo. La compañía pasó 35 años importando lavarropas. Cuando el cierre total de las importaciones la dejó sin negocio, en 2022 hizo un acuerdo con el gobierno: invertir, fabricar localmente y recibir acceso a los dólares necesarios para importar las partes que el país no produce. Abría su planta en 2023 con una promesa ambiciosa: producir 300.000 unidades por año y exportar buena parte de ellas a Brasil.

Pero dos años después anunció el cierre. ¿La razón? Que ya no era competitiva frente a su propia filial brasileña, sumado a la reducción de aranceles y a la apertura de importaciones.

Es imposible no ver la paradoja: la misma empresa que abrió la fábrica por falta de importaciones ahora la cierra porque puede volver a importar.

Y ahí empieza la discusión verdaderamente incómoda.

¿Falla cada fábrica o falla el modelo?

Whirlpool no es una excepción. Muchas de las plantas que hoy cierran solo podían operar bajo un esquema que combinaba tres condiciones simultáneas:

 Salarios muy bajos en dólares

 Aranceles altos para frenar la competencia externa

 Trabas administrativas para importar

Sin esos tres pilares, buena parte de la industria protegida argentina queda expuesta a una verdad que incomoda: muchas de esas actividades solo existían porque el Estado forzaba su existencia. No porque el mundo las necesitara, ni porque el país tuviera ventajas competitivas, ni porque la escala fuera suficiente.

Volvamos al lavarropas. Whirlpool “fabricaba”, sí, pero apenas ensamblaba. Motores importados. Chips importados. Plásticos importados. Un régimen similar al de Tierra del Fuego, con la diferencia de que en este caso nació de la urgencia y no de una estrategia.

Cuando uno revisa casos similares en juguetes, textiles, calzado o electrodomésticos, la conclusión es la misma: la mayoría de esas industrias no tienen ni mano de obra barata ni escala de mercado suficiente para competir globalmente. Y en un mundo donde la producción masiva define los precios, fabricar poco y caro es simplemente insostenible.

La discusión pública suele resumirse en un lamento: "se está destruyendo la industria". Pero rara vez se agrega la segunda parte de la frase: para sostener esa industria se necesitan salarios bajos y precios altos.

Esa es la verdad desnuda. La que casi nadie dice en voz alta.

La que expone el dilema que hoy enfrenta la Argentina.

¿Queremos mantener actividades que solo sobreviven con salarios deprimidos y barreras permanentes? ¿O queremos redirigir la energía productiva hacia sectores donde sí tenemos ventajas reales?

La transición tiene un costo enorme. No solo económico: político, territorial, emocional. Muchas industrias protegidas se concentran en el Gran Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Su declive no es solamente una cifra; es una transformación del mapa productivo.

El crecimiento comienza a desplazarse hacia otras zonas y otros sectores: energía, minería, litio, agroindustria, servicios basados en conocimiento. No es una degradación producir gas, alimentos o minerales. No lo es dejar de fabricar juguetes o lavarropas. Australia, Canadá y Nueva Zelanda lo demuestran todos los días.

No se trata de resignación. Se trata de elegir.

Es probable que en los próximos meses escuchemos más cierres, más achiques, más empresas que no pueden reconvertirse. Pero sería injusto leerlo únicamente como una tragedia industrial. También es, aunque cueste verlo, la consecuencia natural de abrir una economía que funcionó demasiado tiempo bajo excepciones que ya no podían sostenerse.

¿Vamos a seguir apostando a un modelo que requiere salarios bajos y productos caros? ¿O vamos a animarnos a construir uno que sostenga empleos que puedan competir con el mundo, sin trampas ni privilegios?

Fuente: Cadena 3

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