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OPINIÓN

29 de septiembre de 2025

El Campeonato Mundial de Discusión de Cifras, siempre en Argentina

El Campeonato Mundial de Discusión de Cifras, siempre en Argentina

La publicación del INDEC sobre el nivel de pobreza, que se situó en el 31,6% en el primer semestre de este año, marca el menor registro desde 2018, mostrando una caída significativa desde el 52% del mismo período del año pasado. Este dato, que refleja una mejora en la capacidad de los hogares para cubrir la canasta básica de bienes y servicios, no debería sorprender. 

La inflación, como han señalado innumerables economistas, actúa como un impuesto regresivo que afecta especialmente a los más pobres, y su desaceleración, junto con otros factores, explica esta reducción.

En Argentina, donde los alimentos representan una parte importante de la canasta básica que define la pobreza, la menor suba de los precios de estos bienes en comparación con la inflación general tuvo un impacto directo. Si a esto sumamos el incremento de la Asignación Universal por Hijo (AUH), que en los últimos años superó ampliamente la inflación, se crea un escenario donde la pobreza, entendida como la capacidad de cubrir necesidades básicas como alimentos y servicios, tiende a disminuir. 

Sin embargo, esta mejora no debe confundirse con una solución estructural. La pobreza medida por el INDEC refleja la capacidad de subsistencia, pero no garantiza viviendas dignas, mejores escuelas o empleos de calidad. Para ello, se requiere un crecimiento económico sostenido, una inflación controlada y un Estado más eficiente que fomente la inversión.

No obstante, el informe del INDEC no estuvo exento de cuestionamientos. La Universidad Católica Argentina (UCA), conocida por sus mediciones independientes, reconoció la mejora, pero señaló dos puntos clave: un cambio en la metodología del INDEC para medir los ingresos y la obsolescencia de la canasta básica utilizada, que debería actualizarse. 

Estos señalamientos son válidos y abren el debate sobre la precisión de las mediciones. Sin embargo, es curioso que quienes suelen criticar al INDEC por estos datos rara vez cuestionaron la inflación, principal motor de la pobreza, cuando esta se disparaba. Incluso con servicios públicos que pasaron de estar altamente subsidiados a reflejar costos más reales —lo que implica un mayor gasto para los hogares—, la pobreza bajó 20 puntos porcentuales, un dato que no puede ignorarse.

Paralelamente, otra discusión ocupa el centro de la escena: las retenciones al sector agropecuario, particularmente tras una medida que benefició a las cerealeras. En los últimos días, se generó una controversia por la aceleración de exportaciones de soja, que alcanzó un récord histórico en apenas tres días. 

Las críticas apuntan a que esta medida favoreció únicamente a nueve grandes exportadoras, dejando de lado a los productores. Sin embargo, este panorama merece matices. Las cerealeras no poseen la soja que exportaron; deben comprarla a los productores, quienes, según datos recientes, están recibiendo precios en dólares un 17% superiores a los de la semana pasada en el mercado de Rosario. Esto se debe a un aumento en el valor de la soja en pesos y a una baja en el dólar mayorista, que cayó de 4,70. Aunque el mercado aún debe estabilizarse, el negocio de la soja, que está dolarizado, no parece haber dejado a los productores completamente al margen.

El problema de fondo con las retenciones no es nuevo: este impuesto, que grava un tercio de lo que produce el campo, genera inestabilidad y altera el mercado. Las grandes exportadoras, que históricamente concentran el 70% de las ventas externas, no son una novedad, pero la percepción de que el gobierno “regaló” el negocio a las cerealeras exagera el impacto. Los productores, desde Tilisarao en San Luis hasta Pergamino en Santa Fe, están viendo beneficios inmediatos, aunque el verdadero desafío sigue siendo la inestabilidad y la carga impositiva que enfrentan.

Tanto la baja en la pobreza como la discusión sobre las retenciones reflejan avances y tensiones. La mejora en los indicadores sociales es innegable, pero insuficiente si no se acompaña de políticas de largo plazo. En el campo, la coyuntura puede beneficiar a los productores, pero la incertidumbre persiste. Ambos temas nos recuerdan que los números, aunque importantes, no cuentan toda la historia. La Argentina necesita estabilidad, inversión y un enfoque serio para que las mejoras no sean solo estadísticas, sino transformaciones reales.

Fuente: Cadena 3

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