OPINIÓN
31 de julio de 2025
El colmo de las candidaturas testimoniales: avisan que nos van a engañar

El colmo de las candidaturas testimoniales: avisan que nos van a engañar
En la política argentina, hay prácticas que, de tan repetidas, parecen haber perdido su capacidad de indignar. Las candidaturas testimoniales son un ejemplo perfecto de esto, un fenómeno que, como bien señaló el ministro de Gobierno de Axel Kicillof, Carlos Bianco, "se ha hecho miles de veces". Pero que algo se haya hecho mil veces no lo hace correcto. Si un ladrón roba mil veces, ¿deja de ser ladrón? Si nos acostumbramos al engaño, ¿deja de ser engaño?
Las candidaturas testimoniales son, en esencia, una trampa anunciada. Hay figuras conocidas —como Verónica Magario, Gabriel Katopodis, Mayra Mendoza, Fernando Espinoza, entre otros— en listas electorales, sabiendo de antemano que no asumirán los cargos para los que se postulan.
Los votantes eligen a un candidato, pero terminan representados por otro, alguien cuyo nombre quizás ni siquiera figuraba en la boleta. Es un juego de espejos donde la voluntad popular se diluye en una maniobra que, lejos de ser un secreto, se admite con descaro. Bianco lo dijo sin tapujos: se hace siempre. Y lo peor no es la trampa en sí, sino que nos hayamos acostumbrado a ella.
Este acostumbramiento al escándalo es el verdadero problema. Nos hemos resignado a que la política funcione así, como si fuera normal que los candidatos sean meros anzuelos para captar votos, sin compromiso real con el cargo. Nos hemos acostumbrado a que no haya consecuencias, ni políticas ni judiciales, para estas prácticas. ¿Dónde está el fiscal electoral que ponga un freno? ¿Dónde está el castigo político por engañar a los votantes? Parece que, en la Argentina, el único precio que se paga es el de la vergüenza ajena que sentimos los que aún nos sorprendemos.
Este no es un problema nuevo. En 2009, el kirchnerismo ya protagonizó un episodio icónico de candidaturas testimoniales, con figuras como Néstor Kirchner, Daniel Scioli y hasta Nacha Guevara, quienes se postularon sabiendo que no asumirían o que apenas pisarían el Congreso. Aquella elección dejó una lección amarga: el kirchnerismo perdió, pero la práctica no murió. Y no es exclusiva de un partido. Como señala Bianco, “se ha hecho miles de veces”, y no solo en el peronismo. Pero que sea una práctica extendida no la justifica; al contrario, la agrava.
El trasfondo de esta discusión nos lleva a un problema aún más profundo: la falta de una ley de ficha limpia. El 7 de mayo, el Senado frustró la posibilidad de sancionar una norma que impide a personas con condenas judiciales ser candidatas. Dos senadores del oficialismo de Misiones se levantaron y, sin explicación clara, bloquearon el proyecto. ¿Resultado? En Argentina, los delincuentes pueden seguir siendo candidatos, siempre que no estén específicamente inhabilitados para cargos públicos, como en el caso de Cristina Kirchner.
No hace falta ser un genio para ver el absurdo: necesitamos una ley para recordarle a la clase política que no debería postular estafadores. Y ni siquiera esa ley logramos aprobar.
Entonces, aquí estamos, atrapados en un ciclo de escándalos que ya no escandalizan. Candidaturas testimoniales, prontuarios que superan currículums, y una sociedad que, de tanto ver la trampa, parece haberla aceptado como parte del paisaje. Pero el problema no es solo el engaño; es que nos digan en la cara que nos van a engañar y que, aun así, no pase nada. La pregunta no es solo por qué lo permiten los políticos, sino por qué lo permitimos nosotros.
No tengo respuestas definitivas, pero sí una certeza: el mayor escándalo no es la trampa en sí, sino nuestra resignación a convivir con ella. Y mientras sigamos aceptando que nos roben la confianza, el problema no será solo de los políticos, sino también nuestro.
Fuente: Cadena 3

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