ÁREA METROPOLITANA
25 de abril de 2025
"De palabras simples y gestos profundos": el recuerdo de un exalumno de Jorge Bergoglio

Antes de ser Papa Francisco, fue un maestrillo jesuita que dejó una marca imborrable en sus alumnos. José María Candioti, exalumno del Colegio Inmaculada, revive en esta entrevista al profesor que lo desafió, lo formó y lo abrazó por última vez en Roma.
"Tuvimos el honor de haber sido alumnos de un profesor muy esclarecido, que nos iluminaba como un faro", dice con la voz cargada de emoción José María Candioti, santafesino, ex alumno del Colegio de la Inmaculada Concepción -institución jesuítica de Santa Fe- donde Jorge Mario Bergoglio fue maestrillo en los años 1964 y 1965. Apenas tenía 27 años, pero ya mostraba su personalidad con una mezcla de inteligencia, sagacidad y cercanía, que luego lo llevaría a lo más alto de la Iglesia Católica.
A pocos días del fallecimiento, Candioti repasó con afecto, anécdotas y admiración, esos años en los que el Papa Francisco era simplemente "el padre Jorge", para los alumnos de 4to y 5to año a quienes enseñó literatura y oratoria. Son sus recuerdos del "joven Bergoglio" de aquel entonces, sin intención de convertirse en vocero de la promoción ni de "romantizar" la mirada hacia el pasado, según él mismo se encarga de aclarar en la entrevista con El Litoral.
-¿Qué recuerda de él en aquel tiempo? ¿Cómo era como profesor y como persona?
-Es difícil describirlo en pocas palabras, pero se me vienen a la mente un montón de adjetivos de quien fue un profesor joven de 27 años. Era muy desafiante, inconformista, todos los días proponía un reto nuevo para los alumnos. No se conformaba con lo que uno le daba: siempre nos pedía más de lo que estábamos dando. En consecuencia era exigente. A la vez, era teatral, inteligente y sagaz. Un profesor demandante pero que estimulaba a sus alumnos. Y era muy cercano, tenía una llegada muy especial con los alumnos. Y en un tiempo donde la educación era muy rígida, él rompía con eso, era desestructurado y buscaba que cada uno de nosotros diera lo mejor de sí.
Éramos chicos de 17 y él era un muchacho de 27 años. No existía esa diferencia abismal como con otros profesores, la mayoría laicos, que eran hombres trascendentes en la vida santafesina. Y este joven en cambio era -y léanse bien mis dichos- un irreverente, un atrevido que vino y no pasó desapercibido. Esa cercanía, esa llegada que tenía con nuestra generación, indudablemente que causó un impacto que dura hasta hoy.
-¿Había una dualidad en cómo lo veían sus alumnos? Porque un profesor exigente, como usted lo describe, por ahí genera poca simpatía.
-Mire, yo no conozco a lo largo de mis años a nadie que genere total unanimidad y consenso. Pero sí hay personas que recogen más elogios que críticas, y ese era el caso del joven Bergoglio. Seguro que hubo alguno que no se llevó bien, como pasa siempre: aquel que no le fue bien en un examen o se lleva la materia a rendir tendrá una imagen diferente de aquel que le fue bien.
El humor, la tarea "imposible" y Borges
"Era una persona muy especial", dijo Candioti. Según consideró, el joven maestrillo solía utilizar el humor como instrumento pedagógico. "Usaba mucho la broma para enseñar. Pero detrás había siempre una exigencia formativa muy fuerte. Te empujaba a superarte", sostuvo.
Y entonces rememora una escena de aula que aún hoy, a sus 76 años, recuerda como si fuera ayer: "Un día tuvimos una disparidad de criterios. No me acuerdo bien el tema, pero sí cómo terminó: me dice un lunes que, para el viernes, tenía que leer 'Sobre héroes y tumbas' y 'Las sandalias del pescador'. No sólo leerlos, debía ficharlos capítulo por capítulo y llevárselos completos".

"Sobre héroes y tumbas, es un libro profundo, sesudo, farragoso, intenso. Yo tenía 17 años ¡era un imposible! Así que recurrí a mi hermana, que estudiaba filosofía. Fuimos a la librería Colmegna, compramos tarjetas de fichaje. Ella que lo había leído hacía poco, me ayudó con los resúmenes, escribió con su letra capítulo por capítulo. Yo luego los copié a mano. Ya al otro libro, lo leí y fiché yo solo".
Candioti confiesa que, abrumado por la tarea, faltó un día al colegio para poder terminar. "Me presenté el viernes con una bolsa llena de tarjetas, imaginate lo extenso del fichaje. Le dije: 'Padre, acá le traigo las tareas que me pidió'. Y él me mira y me dice: '¡No me digás que te lo tomaste enserio!'. Ese trabajo me tuvo a maltraer toda la semana y me marcó, no me olvido más. Esa forma de enseñar, de exigir sin perder la humanidad que tenía él, lo hacía único", destacó.
No dejó de destacar que, por iniciativa de aquel joven Bergoglio, al Colegio Inmaculada de Santa Fe llegaron a dictar conferencias y charlas figuras como Jorge Luis Borges, el sociólogo José Luis Ímaz, María Esther de Miguel, María Esther Vázquez y hasta un jovencito Mariano Grondona. "Tenía el arrojo de intentar imposibles", dijo Candioti.
"Después, como desafío fue que cada uno tenía que hacer uno o dos cuentos breves. Se seleccionaron los mejores, Borges dio el visto bueno y salió un libro prologado por el escritor. No es una cuestión menor", expresó.

"La esencia se mantiene"
Antes de entrar en la Compañía de Jesús, Bergoglio se graduó como técnico químico. "Mientras que otros ingresaban al seminario a los 18, él lo hizo a los 21, porque ya venía con estudios universitarios. Se ordenó sacerdote en el '69, y en el '73 ya lo nombran Provincial de los Jesuitas en Argentina, el más joven de la historia en la Compañía de Jesús", recordó el entrevistado.
"Uno puede cambiar con el tiempo, ganar serenidad, pero en el fondo, la personalidad, la esencia se mantiene. Cuando fue Provincial de los jesuitas, cuando fue cardenal primado de la Argentina, y hasta cuando fue Papa, yo veía al mismo Jorge Mario Bergoglio que nos daba clases. Ese hablar suave, debido a sus problemas de pulmón, hacía que jamás levantara la voz; fue un hombre que convencía con argumentos", consideró.

-Ese estilo que usted recuerda de desafiar a los estudiantes, lo repitió siendo papa se dirigió a una multitud de jóvenes en Brasil y les dijo "hagan lío"...
-Es lo que digo que la esencia no cambia. Es de destacar ese impacto que causó en los jóvenes, siempre buscando que se involucren en pensamiento y en acción. Nosotros en aquel tiempo éramos chicos lectores, jugábamos al fútbol, hacíamos deportes. Y él era futbolero, azulgrana, como decía él: "Yo soy gaucho de Boedo". Nos hacía siempre bromas porque Colón y Unión estaban en Primera B. Nosotros nos reuníamos mucho afuera del colegio y él venía a los clubes donde nos reuníamos a tocar música, cantar. Teníamos un conjunto que hacía covers de los Beatles y otros que tocaban folclore. Él participaba y se sentía bien.
"Lo grité como un gol"
-¿Qué sintió cuando lo eligieron Papa?
-Tengo testigos: cuando dijeron su nombre, grité como si hubiera sido un gol de Colón. Fue una emoción desbordante, yo estaba como en la cancha. Sentí que una parte nuestra, de quienes lo conocimos y estuvimos con él, estaba allá, en Roma, en lo más alto. Tenemos un gen los argentinos que nos identifica, para bien y para mal, somos muy pasionales y con un optimismo desbordante.
Lo que intento transmitir es que hay una continuidad, una línea conductora, de aquel joven jesuita a aquel que fue Papa. El optimismo que tenía se transmitió en su último desafío del domingo de Pascua, cuando estando tan mal de salud dio una bendición y se trasladó entre la gente. Ese gesto vale más que mil palabras.

-¿Y lo llegó a visitar ya siendo Papa?
-Sí, tuve la suerte de verlo. Yo hablo mucho, soy muy locuaz, pero ese día me dejó mudo. Me abrazó, me tocó la cara, y lo único que logré decirle es "Te quiero". Me dejó sin palabras. Fue la única persona que me dejó mudo.
-Y ahora que ha fallecido, ¿cómo vive su recuerdo?
-Yo no lo romantizo porque falleció. Lo que digo ahora, lo dije toda mi vida. Mis hijos están cansados de escucharme hablar de él y lo hago desde el respeto y el cariño. Sé que muchos no tienen mi visión pero creo que ahora, también muchos van a empezar a escuchar con otros oídos lo que el Papa Francisco decía, a apreciar y a olvidar una serie de cuestiones en las que nos enredamos en particular los argentinos, que hacemos difícil lo simple.
Era el Papa y también el profesor de palabras simples, de gestos profundos. Un hombre que nunca se mareó con el poder. No tenía una erudición de hablar 10 idiomas, sino una inteligencia profunda y cercana. Para mí, un hombre esclarecido.
Fuente: El Litoral

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