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OPINIÓN

25 de marzo de 2018

El odio por D'Elía y su libertad

El debido proceso. La liberación del dirigente piquetero era inevitable. Fue detenido mientras se sustancia su causa penal sin tener en cuenta el principio de presunción de inocencia.

Intento escribir sobre la liberación de Luis D'Elía dispuesta por la justicia hace horas. Contraviniendo todos los manuales de estilo del periodismo, preciso hacer una consideración personal. Muy personal. No corresponde en una columna de opinión en un periódico de la importancia de La Capital. Lo voy a hacer igual.

Hay pocos personajes a los que he decidido no entrevistar más. Realizo, en promedio, no menos de cinco reportajes por día. Veinticinco a la semana, cien al mes, unas mil doscientos al año. Entre treinta y cuarenta mil en unos veinte años de trabajo, si redondeamos con generosidad. Creo, que todo ser humano es entrevistable. Mi oficio es hacer que lo importante sea interesante y que lo desconocido sea presente. No hay ser abyecto moralmente, transgresor de la ley penal que no me resulte interesante reportear.

Sin embargo, las contradicciones humanas son inevitables, he decidido no entrevistar más a Luis D' Elía y Domingo Cavallo. Al ex ministro de Economía, no le guardo el beneficio de la ecuanimidad periodística. Mi padre, un inmigrante italiano que vino a "hacer la América" con su oficio de tornero, vio despedazado su taller metalúrgico con la revolución productiva de los 90. No tengo dudas que murió de tristeza por las políticas de Cavallo de importaciones a mansalva. No puedo preguntar sin turbiedad emocional los qué, cómo, dónde, cuándo y por qué a quien impulsó esas ideas y el infarto de mi viejo.

Para Luis D'Elía guardo un sabor de no respeto. Sus defensas cerradas de regímenes que lapidaban mujeres infieles, desbarrancaban homosexuales, negaban el Holocausto (no es el único que hacía esto, por las dudas) se combinaron con una repetida falta de educación básico en el trato con mujeres que fueron compañeras de trabajo. Las formas son tan importantes como el fondo. Y la mala educación deliberada, anula mi interés como preguntador.

Dicho esto, me apuro a decir que en un estado de derecho, la liberación, en este estado del proceso, de Luis D'Elía era inevitable. Fue detenido, mientras se sustancia la investigación, atropellando cualquier principio de presunción de inocencia.

Puede no gustarme la ley que tenemos. Puede parecerme injusto que quien atropella ostensiblemente la ley tenga el beneficio de esperar que la burocracia y la complicidad política de la justicia le baje el martillo. Puede parecerme vergonzoso que un vendedor de sándwiches de salame reciba ipso facto la sentencia de perder su mercadería y el que quema comisarías o golpea la cara de sus conciudadanos y del Código Penal quede libre hasta la sentencia firme. Puede todo eso. Pero detenerlo a las atropelladas pasando a mejor vida el código de procedimientos, está mal. Aún con D'Elía, aún con el odiador serial y patotero. Aún con el señor a quien prefiero no escuchar más en un reportaje.

La fiscal de Cámaras que nos representa a todos nosotros en el proceso pidió que se lo liberase. Reitero: la parte acusatoria de D'Elía solicitó que quedara suelto. Gabriela Baigún, en nombre de la sociedad, consideró que la libertad procedía porque tiene domicilio, nunca hubo indicio de fuga o de entorpecimiento ni pena en expectativa grave ni lazo, a lo Irurzun, que le permita opacar el proceso. ¿Indigna? Claro. Pero lo que indigna no es que se cumpla con la ley procesal que a D'Elía o al lector de esta columna le garantiza que hasta que no haya sentencia de un juez, revisada por sus superiores y no nos metan presos "por las dudas". Lo que indigna, en todo caso, es que en las causas de verdadera ilegalidad pase el tiempo sin impulsar la investigación para que algunos con martillo y balanza se acomoden al clima político. En tres años de proceso, el expediente pasó del cajón del olvido al córrase traslado de la nada. Eso indigna. No que alguien que está mal preso, aún el odiador D' Elía, quede adentro contra la ley. Repitamos, por las dudas, que en esta instancia no se está discutiendo ese mamarracho jurídico y encubridor llamado Memorandum con Irán. Se discute cuándo voy preso y por qué.

Las veintitrés fojas del fallo de las juezas María Iñiguez y Sabrina Namer merecen ser leídas con detenimiento aún por lo que no entienden de derecho. Porque se explican con precisión y sin los forzamientos jurídicos a los que tuvieron que recurrir sus pares Eduardo Ballesteros y Jorge Farah para liberar a Cristóbal López. ¿Por qué entonces no iba a estar libre Cristóbal si salió D'Elía? Porque son casos distintos. Porque no se trata de poner presos a unos y presumir de inocencia a los que opinan distinto de los primeros.

El empresario K defraudó al Estado quedándose, por años (sin metáfora: por años) con lo que hoy representan unos mil millones de dólares. Fue inhibido e impedido de tomar decisiones. A pesar de esto, "vendió" su empresa, modificó su directorio y alteró el flujo del dinero empresarial. Eso, aquí y en Sri Lanka, se llama entorpecer la causa, una de las dos causales para transitar preso el proceso penal. ¿Y entonces?

Entonces que el debate público y político no parece demasiado preocupado por discutir en serio el tiempo, los modos y las formas de hacer justicia penal sino, apenas, de encarcelar "a los otros" a como dé lugar. No nos une un sentido esencial, casi de instinto de supervivencia, de tener garantías procesales como la de la inocencia y el debido proceso. Nos une el deseo de despreciar cualquier cosa con tal de conseguir que el "enemigo" vaya preso cuanto antes. Pero si robó, pero si se patoteó, pero si se afanaron el país, me dice un colega con el que discuto esta columna. Robar, patotear, afanar se sanciona con un proceso. ¿Que los encargados de instruirlo miraron para otro lado mucho tiempo y ahora fallan para salvarse? No hay dudas. Para esos, también el debido proceso. Pero el fin (los chorros adentro) no justifica los medios (apresar selectivamente a gusto del selector).

No me une nada a Luis D'Elía. Pero si se queremos un sistema institucional mejor, hay que leer y respetar el fallo del tribunal que lo liberó. Aún en tiempos en donde nada parece unificador de los que vivimos en estas pampas.

¿Qué cosas nos unen de manera indiscutible? ¿Malvinas? Ni siquiera la muerte y la lucha de esos hombres. ¿La justicia? Está visto que no. Ayer se recordó el aniversario 42 del golpe más letal de la Argentina. Hubo tantos actos como mezquindades políticas se conocen. Y no hubo un solo acto oficial desde el gobierno que democráticamente hoy representa al estado de derecho. Porque eso es una administración nacida desde las urnas. La representación, transitoria, inquilinos, de la organización jurídica nacida de las mayorías con respeto de las minorías.

Antes de esto, el aprovechamiento demagógico y muy oneroso para separar entre honrosos y demoníacos. Ahora, nada. Que Mauricio Macri no haya preferido recordar el nunca más al golpe, de cualquier forma, evitando si se quería a algunas organizaciones que hicieron de esta bandera un modo de resentimiento partidario e interesado, no es el acto del dirigente exitoso del Pro que convocó en dos elecciones a la mayoría de los votantes que piensan de una u otra forma. Es la omisión del jefe de un sector político muy importante que hace pesar más sus propios deseos que el deber de un jefe de un estado de derecho de poner en la memoria colectiva el límite indiscutible a la prepotencia contra la constitución.

Una omisión inentendible. Una muestra más de que todo, incluso esto, es motivo de desunión.

FUENTE: LA CAPITAL

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