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OPINIÓN

20 de junio de 2025

La marcha atrás de Cristina Kirchner, con todo el pasado por delante

La marcha atrás de Cristina Kirchner, con todo el pasado por delante

La marcha de ayer en apoyo a Cristina Fernández de Kirchner fue un ejercicio de nostalgia cargado de símbolos peronistas desempolvados, pero con un eco que resuena más a museo que a futuro político. 

Bajo la consigna de un "nuevo 17 de Octubre", el kirchnerismo intentó revivir la mística de la resistencia peronista, pero el montaje dejó en evidencia más fisuras que fortalezas. 

La voz en off de Cristina, como si fueran las cintas magnetofónicas de Perón en el exilio, y el lema "luche y vuelve" de La Cámpora, firmado con la misma retórica de los años '70, parecían artefactos de otra época, desconectados de la realidad actual.

El relato kirchnerista se aferra a la "década ganada", esos "años felices" que, curiosamente, excluyen el gobierno de Alberto Fernández, el presidente delegado que Cristina eligió, pero ahora parece desterrar de su memoria. 

La idea de una líder proscripta, impedida de participar por jueces de la democracia –muchos nombrados por ella misma–, choca con los hechos: Cristina no está exiliada, no hay partidos proscriptos y su condena responde a denuncias públicas que ella ignoró durante años, manteniendo hasta el último día de su gobierno a los funcionarios señalados por corrupción.

Máximo Kirchner, probable heredero de la voz autorizada de su madre, habló de un pueblo que "pierde el miedo". ¿Miedo a qué? No estamos en una dictadura. Ayer se manifestaron libremente, sin represión. Invocar la ESMA o una "dictadura adoptiva" resulta no solo exagerado, sino insultante para quienes vivieron el horror real mientras los Kirchner amasaban fortunas en Santa Cruz. 

La resistencia peronista, que en su momento tuvo sentido frente a gobiernos inconstitucionales, hoy suena a parodia: Cristina no fue derrocada, cumplió dos mandatos y tuvo un presidente delegado. Su apelación al "pueblo" como construcción mítica, encarnada por ellos mismos, ignora que, según encuestas como la de la UBA, el 65% de los argentinos avala su condena.

La puesta en escena también mostró agujeros. La CGT no estuvo oficialmente, muchos sindicatos brillaron por su ausencia y dos tercios de los diputados del PJ no asistieron. Los gobernadores, salvo contadas excepciones, tampoco. La marcha fue multitudinaria, sí, pero lejos del millón que La Cámpora exageró. ¿Representa eso al "pueblo"? Los 45 millones de argentinos que no estuvieron, y el 70% que en encuestas apoya el fallo judicial, sugieren que no.

El cierre con "Todo preso es político" de Los Redondos fue la cereza de un relato que abraza el garantismo más desconectado de la realidad. La inseguridad, que azota a los más pobres, y la inflación, que Cristina reintrodujo tras los años de superávit fiscal de Néstor, son palabras prohibidas en el discurso kirchnerista. Este silencio los aleja de las mayorías y los condena a un derrotero político que mira al pasado, incapaz de integrar los problemas del presente.

 

El kirchnerismo insiste en subirse al balcón de la Rosada –o al de San José 1.111, donde Cristina cumpliría su prisión domiciliaria–, pero su narrativa arcaica no logra llenar los vacíos de un peronismo fragmentado ni convencer a una sociedad que, en su mayoría, ya no compra el relato de la victimización. El pasado puede ser un refugio cómodo, pero no es un proyecto de futuro.

Fuente: Cadena 3

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