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OPINIÓN

31 de mayo de 2025

Esta es mi ley electoral: si no le gusta, tengo otra

En 2022, Máximo Kirchner impulsó la suspensión de las PASO de 2023. Este año, dio un paso más allá y votó en contra de su propia postura.

En Argentina, las leyes electorales parecen ser un juego de conveniencia, donde los principios se adaptan al calor de las circunstancias y las alianzas políticas. Como decía Groucho Marx, "estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros". 

La frase, cargada de ironía, describe con precisión lo que sucede en nuestro país, donde las reglas del juego democrático se modifican sin pudor ni argumentos sólidos, dejando en evidencia una alarmante falta de coherencia y compromiso con la estabilidad institucional.

En la Legislatura de Buenos Aires, el debate actual sobre la reelección indefinida es un ejemplo flagrante. Cristina Fernández y el kirchnerismo puro buscan rehabilitar la reelección para legisladores, concejales y consejeros escolares, una práctica que había sido eliminada en 2017 tras un consenso impulsado por María Eugenia Vidal y el Frente Renovador de Sergio Massa. 

Axel Kicillof, en cambio, apuesta por extender esta reelección indefinida también a los intendentes, aliados clave en su estructura política. Nadie parece interesado en discutir las bondades democráticas de estas decisiones; todo se reduce a una transacción de cargos y listas electorales, sin importar los problemas reales de la ciudadanía. 

Como si fuera poco, el caso de Massa es paradigmático: en 2017, su espacio fue uno de los principales impulsores del fin de la reelección indefinida, pero hoy, con nueve legisladores en juego, la mayoría está dispuesta a votar a favor de revertir esa misma medida. Sin argumentos, sin explicaciones, sin un mínimo de vergüenza.

Este no es un caso aislado. Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), creadas en 2009 por Néstor Kirchner tras su derrota frente a Francisco de Narváez, son otro ejemplo de cómo las reglas electorales se moldean al antojo de los intereses políticos. 

Las PASO nacieron con el supuesto propósito de fomentar la participación, el pluralismo y la calidad democrática, pero en realidad fueron una estrategia para evitar que listas externas debilitaran al kirchnerismo. 

Sin embargo, en 2022, Máximo Kirchner, hijo de Néstor, impulsó la suspensión de las PASO para las elecciones presidenciales de 2023, contradiciendo el legado de su padre. ¿La razón? Las internas abiertas no le convenían al kirchnerismo, pero sí facilitaban la resolución de la interna de Juntos por el Cambio. 

Este año, Máximo dio un paso más allá y votó en contra de su propia postura de 2022, apoyando la continuidad de la suspensión de las PASO. Un giro que no solo contradice a su padre, sino también a sí mismo, en una danza de incoherencias que parece no tener fin.

Lo grave de esta situación no es solo la falta de principios, sino el desprecio por la estabilidad de las reglas de juego democráticas. Las leyes electorales son la base del sistema político, y su constante manipulación según las conveniencias de turno erosiona la confianza en las instituciones. 

Nadie se molesta en justificar estos cambios con argumentos sólidos; todo se reduce a cálculos electorales y transacciones de poder. Mientras tanto, los problemas reales de la gente —la inflación, la inseguridad, la pobreza— quedan relegados, como si fueran un paréntesis en las prioridades de quienes nos gobiernan.

La política argentina parece atrapada en un círculo vicioso donde las reglas se cambian sin pudor, y quienes las modifican no sienten la necesidad de rendir cuentas. 

Como en la célebre frase de Groucho, los principios son intercambiables, y si no funcionan para ganar elecciones, siempre hay otros a mano. Como está ahora, el juego electoral no solo carece de reglas estables, sino también de vergüenza.

Fuente: Cadena 3

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