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SOCIEDAD

11 de noviembre de 2017

El pequeño samurai de 8 años que le gana la pelea al cáncer

A Shinto, con apenas tres años, le encontraron un tumor en la columna del tamaño de una pelota de tenis. Logró superarlo con la entereza de un titán.

Shinto Lázara Kimura está sentado frente a su plato preferido, una suprema de pollo a la Maryland, que no había podido disfrutar durante dos años. Han pasado unos pocos días desde que la oncóloga infantil, doctora Adriana Rose, en nombre de un equipo de anónimos héroes cotidianos del Hospital Garrahan, les dijo a sus padres, el profesor de Arqueología e Historia del Arte Juan Lázara, y María Kimura, diseñadora industrial argentina de origen japonés, la frase que tanto esperaban: “El tratamiento ha finalizado”, en tanto hurgaba con cariño los rulos de la cabecita del pequeño paciente, en un gesto de ternura. El pequeño samurai de 8 años que le gana la pelea al cáncer Epígrafe. En casa. Con mamá y papá, jugando más allá de la pelea contra la enfermedad. Foto: Gerardo DellOro. Ahora, Shinto prepara la primera degustación de un trozo de su manjar preferido, mientras los papás recuerdan el tormento de esos dos años en los cuales su hijo, que entonces sólo tenía tres, y apenas se despegaba algo más de un metro del suelo, había soportado con la entereza propia de sus ganas de vivir, una riesgosísima operación de columna, 32 sesiones de radioterapia y nueve ciclos de quimioterapia hasta que los estudios por fin, hace pocos días, detectaron que el tumor estaba en retirada. Por estas horas la familia espera que el enemigo reconozca que ha perdido la guerra, aunque igual celebra con cautela la alegría de esta victoriosa batalla ganada por el pequeño samurai. Mirá también Grietas eran las de antes: una enemistad chacarera que duró casi 80 años Los chicos olvidan pronto el dolor, quizá porque la potencia de vida que los impulsa los transforma en dioses menudos capaces de todo. Durante el tratamiento, Shinto, “el japonés”, como le llaman los que más lo conocen, aprendió a recibir cientos y cientos de pinchazos sin llorar. Incluso se entregaba sin resistencia a los enfermeros, sin berrinches ni actitudes quejosas. Tanto que este titán generó el asombro de los médicos porque se metía solito “en el cohete”, como él llamaba al resonador, y no necesitaba ni anestesia ni sedación alguna para mantenerse firme hora y medio ahí adentro en su pelea por la vida. El papá cuenta que “su práctica cotidiana del yoga y la meditación le enseñó a relajarse y prescindir de los riesgos de la anestesia.” Shinto termina su plato, lo limpia con pancito hasta el último resabio, un deleite que ya extrañaba, y quizá haya olvidado ese momento, relámpago de la vida, en el que la médica les dijo a sus padres aquello de que “el tratamiento ha terminado”. Tal vez, ya con cinco años, recuerde algún día que en ese mismo momento sus papás se abrazaron en un llanto profundo, una explosión de alegría contenida, después de tantas angustias y de tantos llanos y cumbres del ánimo que la enfermedad genera con sólo mencionarla. El pequeño samurai de 8 años que le gana la pelea al cáncer Antes de la enfermedad. En la India, cuando Shinto todavía estaba sano. El profesor Lázara escribió varias cartas a Clarín, la primera de ellas fue publicada el mismo día de la operación de Shinto, y en ella pedía a los lectores que rezaran para que Shinto saliera vivo de la operación. La intervención duró cinco horas y el pequeño se despertó con una cicatriz de 20 centímetros en la espalda. Al poco tiempo, el periodista Daniel Ulanovsky Sack recogió y potenció la historia de esta epopeya por la vida en “Mundos Intimos”, un espacio donde el humanismo empapa las crónicas con una emoción sin fronteras. Allí, Juan describió a Shinto con un pintoresquismo literario propio de un hombre de la cultura: “Mi hijo es mezcla de razas, pequeño centauro, mitad japonés y mi­tad gallego, dragón de agua en el horóscopo chino… Su ideograma en kanji, la escritura tradicional japonesa, significa “camino de la verdad” (Shin: verdad; To, camino).” Mirá también José, un tipo simple y laburante, de esos que necesita la Argentina Por esas cuestiones del destino, el pequeño “samurai” fue concebido en un pueblito de la India, donde el profesor realizaba tareas propias de sus estudios: luego de años de espera, sus padres rogaban entonces por un milagro, ya que habían empezado a ver de cerca esos fantasmas del temor y el ocaso que se acercan con la menopausia. Y Shinto llegó a poner luz a sus vidas, hasta que una mañana de juegos en el Parque Avellaneda lo vieron caminar con inesperada dificultad y quejarse de dolores fuertes. A partir de entonces, el milagro se hizo pesadilla. Pensar que en 2012 se enteraron del embarazo en una precaria farmacia de Puttaparthi, en la India profunda. La panza había insinuado su contorno de vida en Tailandia y la primera ecografía fue en Indonesia. Cosas de la profesión global del padre, Shinto nació, finalmente, en una clínica del Flores, en Buenos Aires -donde reside la familia- y empezó su verdadera pelea por la vida en los quirófanos del Garrahan. En un santiamén, horas después de aquella preocupación al verlo andar con dificultad, se encontraron rodeados de médicos que estudiaban al pequeño centímetro a centímetro, hasta que el jefe de ese equipo miró a Juan fijo a los ojos y sin anestesia lo puso sobreaviso: “Esto es algo muy serio”. Y le explicaron que había que operarlo de urgencia y abrirle la espalda por­que tenía un cáncer infiltrado en la médula con tamaño de una pelota de tenis, de 15 centímetros de largo, en estadio tres y riesgo de metástasis. Mirá también Los abuelos dejan huella y son una de las mejores relaciones de la vida El mundo se cayó encima de la familia con su peso de prepotente dolor. Apenas 3 años antes había recibido a Shinto con la pompa y algarabía propia de los nacimientos. Juan no recuerda hoy cómo estaba el tiempo cuando supo la peor noticia dada por los médicos, pero si Enrique Cadícamo, uno de los mayores poetas del tango, lo hubiese podido asistir, le habría soplado al oído aquello de “garúa, tristeza, si hasta el Cielo se ha puesto a llorar”. La mamá de Shinto se desmayó y se golpeó la cabeza. Juan no lo olvida: “Del Garrahan tuvimos que salir con una ambulancia a la guar­dia del Penna, dejando a mi hijo de tres años solo en una camilla y con un cáncer. El 15 de febrero de 2016 fue la peor noche de mi vida. En el Garrahan tenía a mi hijo con un tu­mor maligno, en el Penna a mi mu­jer con una herida en la cabeza.” Un año y ocho meses después, aliviado ya del desasosiego vivido, papá Juan cuenta cosas de su hijo: “Él dice que habla con Dios. No sé si es una picardía de niño o qué. Lo cierto es que desde que entró hasta que salió del Garrahan no sólo superó el cáncer sino que además aprendió a jugar al ajedrez, a leer y a escribir. Aprendió a meditar y a practicar yoga. En fin, fueron meses intensos y de crecimiento para todos nosotros que ahora iniciamos una nueva etapa re reconstrucción”. En un papel arrugado, el papá e Shinto tiene el registro del calvario vivido, con fechas grabadas a fuego en el alma y los corazones de la familia: 14 de febrero de 2016, internado en el Garrahan; 15 de febrero de 2016 (justo el Día del Cáncer Infantil), diagnóstico a simple vista; 16 de febrero de 2016: cirugía en la columna por avance acelerado del tumor; 21 de septiembre de 2017: última quimioterapia; 19 de octubre de 2017: fin de tratamiento. “Fin del tratamiento”, tres palabras apenas. Un mundo entero de esperanza: el cáncer, o “el bicho” como aprendió a decirle Shinto, es una pesadilla que ya parece lejana. Este pequeño samurai de cinco años ganó la batalla. Y desde hoy, el pequeño “japonesito” cuenta la cantidad de milanesas que devorará en su vida. Son muchos los pequeños titanes como él que ganan día a día la batalla y escriben epopeyas milagrosas de supervivencia, dejando en la banquina pronósticos agoreros. Y detrás de ellos familias enteran celebran la vida. Mirá también Mi abuela fue una mujer golpeada hace 70 años: este fue su calvario Aun así, el papá de Shinto quiere recordar “a tantos amiguitos de internación que mi hijito perdió en el camino”, cuenta con tristeza en el alma y los ojos empañados. Unos pueden, otros no. De él, del profesor Lázara, es el cierre de la nota. Escuchémoslo, recordando aquella dramática carta originaria en Clarín cuando pidió a todos los lectores que rezaran por su vida :“Pedimos una oración má, que el cáncer no vuelva, que Shinto se convierta en un hombre de bien al servicio de la humanidad y que los argentinos podamos prosperar unidos y sin divisiones. ¡Y gracias al Garrahan!” .

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