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POLITICA

3 de septiembre de 2017

La larga sombra de la prisión

¿Cuáles son los canales por los cuales las lógicas carcelarias colonizan las relaciones familiares? Es una de las preguntas que se planteó Vanina Ferreccio en su tesis de doctorado. Y para ello entrevistó a personas privadas de su libertad y a su entorno, constituido principalmente por mujeres. Así reconstruyó 52 historias familiares. El miedo como principio regulador y el plus de la violencia que implican las requisas, también a niños.

“El paisaje urbano cercano a las prisiones se puebla, semanalmente y con extraordinaria regularidad, de una siempre creciente cantidad de personas que, sin encontrarse encerradas, mantienen relaciones continuas con quienes están detenidos (...). Las biografías de estos familiares se encuentran atravesadas por la experiencia del encierro que lejos de ser individual, como lo postula el derecho penal, se extiende para abarcarlos”. Sobre esa experiencia decidió indagar Vanina Ferreccio, docente e investigadora de la Universidad Nacional del Litoral. Y el resultado es “La larga sombra de la prisión. Una etnografía de los efectos extendidos del encarcelamiento”, libro que condensa la tesis con la que obtuvo el doctorado en Ciencias Sociales por la Universidad de Padova, Italia. Para llegar a las conclusiones que expone en su investigación, Ferreccio desarrolló durante casi dos años un trabajo de campo en el penal de Las Flores -enclavado en el barrio del mismo nombre- y en la cárcel de Mujeres, ubicada en el sur de la ciudad, con entrevistas a las personas privadas de su libertad y a sus familiares. Así, logró componer el relato de 52 familias. En diálogo con El Litoral queda en claro que su interés por lo que ocurre en las cárceles no comenzó con su proyecto de tesis. Y que si bien su experiencia vital puede haber despertado -como se verá- un primer interés en el tema, no se guió por sus propias conjeturas o percepciones: además de su formación doctoral, Ferreccio integra el grupo de investigación Delito y Sociedad, y entre 2005 y 2010, como tarea de extensión, coordinó el aula universitaria en la cárcel de Coronda y esa experiencia le aportó un buen conocimiento acerca de las lógicas carcelarias. Antes aún, vivió parte de su adolescencia en el barrio Las Flores, donde está enclavado uno de los espacios en los que luego desarrollaría su investigación. “Eso significó formularme preguntas que a esa edad no tenían respuesta, y que luego la Sociología y la Criminología me brindarían. Por ejemplo, por qué la prisión aparecía en las conversaciones cotidianas de muchos de mis vecinos. Por qué razones la cárcel estaba presente en el diálogo de muchos de mis compañeros de escuela, de los niños y sus madres, al igual que la visita a la prisión, mientras que para mí era una representación lejana”. Las respuestas las encontró en su formación académica; en autores como Chauvenet, Castel, Bourdieu y Foucault; en herramientas teóricas como la antropología de la violencia y la sociología del encarcelamiento, y en un intenso trabajo de campo. —¿Por qué decidiste hacer tu trabajo de investigación en las cárceles? —Los disparadores pueden ser cuestiones personales pero la pregunta que aglutina los trabajos en esta materia, es la pregunta por el orden en espacios que serían, antes bien, conducentes al conflicto continuo. Más adelante, la pregunta se dirige a la incompatibilidad entre esos espacios y los principios del sistema democrático. —¿Te involucraste más con lo que pasaba dentro de las cárceles o con el entorno? -—Depende de los momentos. Al comienzo de mi trabajo como extensionista universitaria y por razones obvias, me involucré con lo que pasaba adentro de las cárceles. Pero, una vez allí, son otros los actores que aparecieron, en los pasillos interiores, en los corredores de ingreso e incluso en las oficinas del personal y del juzgado, para realizar los infinitos trámites que la reclusión de una persona genera. El universo que constituían estas personas estaba forzosamente constituido por lo femenino: eran mayoritariamente mujeres las que sostenían el vínculo familiar. Ahora bien, el desplazamiento de mi mirada desde el corazón de la cárcel hacia sus entornos respondió, también, a la propuesta de Chantraine quien afirma -y yo comparto plenamente su observación- que la prisión sólo puede entenderse “descarceralizando” su estudio, es decir, indagando en los efectos que el encierro provoca en vez de detenernos, como había hecho la literatura clásica, en el funcionamiento interno de la prisión. Otra investigadora francesa, Antoinette Chauvenet, afirma que la cárcel es un dispositivo despótico cuyo principio regulador es el miedo. Las relaciones al interior de la cárcel están atravesadas por el miedo entre pares y a las autoridades. Y ese miedo resulta profundamente conocido y apropiado por los familiares. ¿Miedo a qué? En el caso de las mujeres, la gran mayoría no le cuenta a su familiar detenido, las vejaciones y humillaciones vividas principalmente en la requisa, evitando así posibles conflictos entre los detenidos y los guardias. Estas mujeres son, en general, renuentes a denunciar el maltrato para evitar represalias sobre sus familiares detenidos. Esta no es la actitud que adoptan los varones, quienes inmediatamente relatan al detenido los inconvenientes padecidos en el ingreso, desatando, en ocasiones, conflictos de protesta al interior de las prisiones. Ante este constato, son las mujeres quienes no sólo mantienen el vínculo sino que aseguran, con su silencio, la preservación del orden al interior de la cárcel. Por eso digo, en mi libro, que la requisa lejos de ser un mecanismo de control es, antes bien, una herramienta de disciplinamiento. —¿Cómo hiciste el trabajo de campo? —Fueron casi dos años de trabajo de campo. Primero entrevisté a varones detenidos en la cárcel de Las Flores que es un penal de mediana seguridad con una población que entonces era de 500 personas. Mi propuesta original era trabajar únicamente en la cárcel de varones, pero algunos de ellos tenían familiares a las que quería conocer que también estaban detenidas. Así llegué a la cárcel de Mujeres. En principio entrevisté a los detenidos para, a partir de ellos, acceder a sus familias. Luego, hice el camino inverso, abordando directamente a los familiares en las filas de ingreso para la visita en los penales (donde hice observación participante) y, a través de ellos, llegaba después a las personas detenidas. En algunos casos logré conformar el relato familiar y en otros no. —Esa tarea habrá significado pasar varias horas en los penales. —Se trató de lo que se conoce como una etnografía multi-situada. A los familiares los entrevisté principalmente en sus domicilios y en muchos casos en sus lugares de trabajo que están, fundamentalmente, en la calle. Muchas de ellas eran vendedoras ambulantes o tenían puestos de venta callejera o trabajaban como empleadas domésticas. Esta es la población que, con una precisión notable, históricamente selecciona nuestro sistema penal: carente de recursos, de ayuda social, en el mejor de los casos con ocupaciones precarias y a quienes el Estado se les presenta solamente en su faz represiva a través, primero, de la detención por averiguación de antecedentes y después con la cárcel; personas, como diría (Robert) Castel, “desafiliadas”. Creo que fue observando a estas mujeres, principalmente en la cárcel de Coronda, que mi interés se fue desplazando hacia afuera, para conocer cómo vivían las familias el encarcelamiento y cómo la experiencia de los detenidos se “alargaba” y las incluía. —Esa es la sombra a la que alude el título de tu tesis, que es muy gráfico. —Exactamente. Considero que el encierro es una experiencia que se alarga y los comprende, entonces los familiares están sólo formalmente afuera. Tal es así que en su discurso las mujeres hablan en primera persona: “nos quedan dos años” o “ahora vamos a pedir la condicional”, dicen. Hay un involucramiento directo que me sorprendió. Uno de los temas de la investigación es el fuerte valor simbólico de la categoría “familia” como elemento diferenciador que participa en la construcción de las jerarquías carcelarias: así, un detenido que no tiene familia, tendrá una vida mucho más difícil adentro desde el punto de vista concreto y material (porque no podrá acceder a bienes indispensables). Pero también desde el punto de vista simbólico, debido a que no podrá demostrar frente a sus pares que ha sabido mantener vínculos afectivos que se pueden prolongar durante el encierro. —En ese caso podríamos decir que la sombra se proyecta desde la familia a la persona detenida. —Exactamente. Hace ya tiempo, Bourdieu expuso que la familia es una categoría estructurante y estructurada que brinda al que la tiene una imagen de persona confiable (dato que también toma el personal penitenciario al momento de sus evaluaciones); alguien que supo construir un vínculo familiar es percibido, según Bourdieu, como un “ser completo”. En la cárcel esta estructura mental no sólo está presente sino que resulta potenciada. —¿Cuál considerás que es el aporte de tu investigación? -—Trabajar con familiares de personas detenidas es algo que se ha hecho en muy pocos lugares del mundo. En el caso de mi investigación, la diferencia, que puede considerarse un plus, es el intento por conocer qué dicen los detenidos, cómo creen ellos que sus familiares viven la experiencia del encierro. En los otros trabajos, hay una suerte de concepción del familiar como víctima pasiva que recibe los efectos negativos del encierro. Esto yo lo comparto, pero considero que es un piso y a partir de ahí hay una construcción y una participación. La carcelaria es una experiencia extendida que se vive en primera persona. Por eso el accionar de los familiares, lejos de quedarse afuera, reactúa adentro. El orden carcelario es fruto también de la acción de los familiares. Las primeras etnografías carcelarias, ya en la década del 50, decían que el orden no bajaba verticalmente sino que se construía o negociaba entre los distintos actores del sistema carcelario. Yo propongo incluir, entre estos actores, a los familiares: cuando de las 8 horas de la visita, la mitad está destinada a apaciguar los ánimos, calmar, aliviar, ordenar los conflictos, lo que está haciendo ese familiar es contribuir a la producción del orden, a la producción de una “cárcel quieta”. Durante mucho tiempo, la literatura especializada intentó explicar el fenómeno de la prisión estudiando lo que sucedía dentro de ella. Rompiendo con esta tradición, Foucault, ya en 1975 afirmó que la fortaleza de la institución carcelaria, radicaba no en sus muros defensivos sino en sus vasos comunicantes con el exterior. Lo que mi investigación demuestra, en efecto, es la capacidad de las lógicas carcelarias para extenderse más allá de los muros contaminando y colonizando las relaciones familiares. Presentación “La larga sombra de la prisión” (Prometeo, 2017) será presentado en la Universidad Nacional del Litoral en la segunda semana de octubre. Antes, el 7 de septiembre, se expondrá en la ciudad de Paraná, en la Facultad de Trabajo Social de la Uner y el 3 de octubre en Buenos Aires, organizado por el Programa de Investigación en Criminología de la Unsam. Un universo que incluye a niños “Intenté construir un relato familiar y en ese relato están también los niños”, dice Ferreccio y se detiene en este tema que es “otro universo”. Un “universo masivo”, aclara, porque son muchos los niños que pasan sus fines de semana en la cárcel. “Desde las 10 de la mañana hasta las 5 de la tarde, sus sábados o domingos están signados por la cárcel y para ellos la experiencia del encierro se encuentra naturalizada”. Pero lo más serio -para la investigadora- es “la experiencia de la requisa”, un “mecanismo de disciplinamiento que implica vejación y humillación porque incluye la exposición corporal de quien se supone sospechoso por la sola circunstancia del parentesco o amistad con la persona que está detenida”. Esto acarrea varios problemas: por un lado el acostumbramiento de los niños, desde muy pequeños, a la mirada de control sobre sus cuerpos. Por el otro, la ruptura del vínculo filial en plena adolescencia, cuando muchos de ellos prefieren interrumpir la visita para no experimentar la vergüenza de la requisa en el ingreso. Ferreccio asegura que, en otros contextos, la requisa a niños resulta impensable. De hecho, contrapone como medida alternativa, recomendada por organismos internacionales, la requisa a las personas detenidas luego de la visita.

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