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OPINIÓN

8 de agosto de 2017

Venezuela y la política argentina

No recuerdo ningunas elecciones argentinas en las que un tema internacional haya tenido una relevancia tan notoria.

No recuerdo ningunas elecciones argentinas en las que un tema internacional haya tenido una relevancia tan notoria. Al nivel de las cuestiones locales puestas en discusión en la campaña o, incluso, más importante en algunos momentos. Nada de lo que los argentinos votemos el domingo para renovar nuestro Congreso nacional o los concejos deliberantes incidirá en Venezuela (hay, sí, un par de salvedades que merecen explicarse y lo haré en algunos párrafos más abajo) pero a lo largo de la campaña de estas Paso, no pocas veces se habló más de la realidad del país caribeño que de las de nuestras ciudades o de las iniciativas legislativas que propusieran los precandidatos al Parlamento. Dicho esto, obviamente, de modo generalizado.

Otras veces se calló precisamente a Venezuela de manera deliberada. Su radicalización difícilmente atraiga votos entre los argentinos de clase media y, a esta altura, tampoco entre las clases populares.

La pregunta es por qué. ¿Por qué estamos tan pendientes de las convulsiones que afectan al gobierno del presidente Nicolás Maduro? O, si lo prefieren, por qué eso interesa a algunos argentinos, muchos militantes, a veces, defensores a pie juntillas del discurso oficial en aquel país sin otorgar no ya a la oposición un ápice de razón ninguna sino a los muchos ciudadanos que arriesgan a diario la vida, literalmente, para quejarse. Si tantos se quejan, aun suponiendo que absolutamente todos tienen una definición ideológica ultraliberal que bien permite encasillarlos, como se hace, bajo el rótulo de "la derecha", lo que a todas luces es ridículo, no dejan de ser ciudadanos venezolanos que consideran que tienen motivos para quejarse. Y en una democracia, además, deberían tener derecho a manifestarse y peticionar a las autoridades.

En "Salsa criolla", esa genialidad de su inspirada capacidad de observación y síntesis, Enrique Pinti solía contar una charla entre supuestos revolucionarios argentinos que están eligiendo fecha para hacer la revolución pero sin conseguir agenda, porque siempre alguna actividad festiva generalmente en torno a una mesa (un asado, por ejemplo) los tenía ocupados. Nadie —reflexionaba verborrágico— hace ninguna revolución con la panza llena. "Mañana no puedo, tengo un asado", es la perfecta frase que resume cuál es la opción de una persona que dentro de todo está mínimamente cómoda y con sus necesidades básicas resueltas. Porque como ya he dicho, nadie elige ser pobre, estar mal, no tener para comer o vestirse, curarse o carecer de un empleo. Todo ello conlleva una humillación por la que ningún ser humano opta libremente estando en su sano juicio.

Si estuvieran en el mejor de los mundos, con certeza los venezolanos no saldrían todos los días a la calle a sabiendas de que la jornada terminará en un velorio. Aun cuando pudiere haber motivaciones ideológicas entre los manifestantes, como las hay en las que apoyan al presidente Maduro.

En las últimas horas supuestas escaramuzas militares no han hecho más que agregar tensión a las noticias que llegan.

En la Argentina algunos repiten —hasta el presidente Mauricio Macri, lo dijo alguna vez— que nuestro país se convertiría en Venezuela. Un disparate. Nada permite suponer algo parecido siquiera. Son dos sociedades con una composición diferente, con sistemas jurídicos diferentes, y con una multipartidaria vida política. Pero fue una consigna que, seguramente, habrá tenido la finalidad de obtener algún rédito electoral. Sólo un recurso para decir esa es la crisis que evitamos se aceptaría la licencia, pero las cifras de la administración Macri son tan tímidas todavía que no estoy seguro de que se trate de una idea acertada.

Pese a todo, no tanto tal vez queriendo diferenciarse sino buscando acentuar la dependencia de su antecesora Cristina Kirchner, del régimen venezolano, fue una de las primeras posiciones internacionales que asumió el presidente argentino: criticó a Maduro.

Pero esa atención de Macri que ha venido jugando mucho en el escenario internacional en relación con sancionar al régimen de Maduro —la oposición de Uruguay impidió que echasen a Venezuela del Mercosur en la reunión de días atrás en Mendoza— sorprendentemente no se la ha cobrado a Cristina.

He aquí una de las salvedades de las que hablé antes: la crisis venezolana hubiera sido una formidable espada del macrismo para incomodar a Cristina y a su ex canciller Jorge Taiana si hubieran insistido en hacerlos pronunciarse sobre la situación. Ella y casi todas las personalidades y estructuras que han apoyado a ese gobierno caribeño no han sufrido ninguna presión de la campaña electoral para pronunciarse. En rigor, no sé si obedece a una cuestión estratégica de laboratorio o es una consecuencia directa de la táctica de la ex presidenta de haber realizado una campaña casi en silencio. Y esto, en los hechos, hubiera sido un muro contra el que habrían chocado los intentos del gobierno.

Si hay alguien que representa a Venezuela es Julio De Vido. Macri supo que no conseguiría los votos para expulsarlo pero igual lo expuso a los dardos de Elisa Carrió, quien ya en 2004 lo denunció como valijero de Néstor y Cristina y embajador paralelo en aquel país para hacer negocios con el chavismo.

La cabeza de De Vido en una bandeja inmovilizaría a Cristina. ¿Es ese el juego del gobierno nacional? ¿Entre las Paso y las generales acabar, vía parlamentaria (lo que no sería descabellado si la ex presidenta saca menos votos de los que piensa) o judicial, con el hombre fuerte de las finanzas de los doce años de kirchnerismo.

La otra salvedad es pura obviedad. Si Venezuela estallase, Macri podrá decir que tuvo razón desde el primer día. Eso por sí mismo lo revalidaría como uno de los líderes de la región en la que fuera de Uruguay, el régimen bolivariano ya no tiene los aliados incondicionales de antes. Sólo le quedan Bolivia, Cuba, Nicaragua. Lenín Moreno, el sucesor de Rafael Correa, tiene una postura mucho menos categórica.

Ante este escenario Cristina sí se vería en una situación incómoda. Macri ya ha decidido, según he podido leer, retirarle la Orden del General San Martín a Maduro con que Cristina lo había condecorado.

Ante las supuestas grietas dentro del propio régimen, al que le han surgido voces importantes que abiertamente disienten y, encima, si comienza a resquebrajarse el apoyo militar, no es tan descabellado pensar que la implosión del gobierno de Maduro pueda darse en un plazo mucho más corto de todos los vaticinados.

Si esos tiempos están dentro los meses venideros no tengo dudas de que la crisis venezolana será una los principales temas de campaña de las generales de octubre.

Fuente: La Capital

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