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OPINIÓN

8 de mayo de 2023

Busca una doble Niña y encontrarás una crisis, busca una triple Niña y hallarás una tragedia: ¿El caso argentino?

La Niña, la economía y la inestabilidad social en Argentina; por qué la ‘fatalidad’ ya no sirve como argumento

Las sequías han tenido efectos devastadores en la historia de la Humanidad, particularmente en el caso de las civilizaciones antiguas cuya armonía y progreso dependía muy fuertemente de garantizar la producción de alimento. El fracaso de los cultivos llevaba a hambrunas y éstas a inestabilidad social, debilitando gobiernos y haciéndolos vulnerables frente a sus enemigos externos.

En el caso particular del continente americano se destaca la caída de las civilizaciones Wari en el actual Perú, la Tiwanaku en la actual Bolivia y la Maya en América Central, que lo hicieron sucesivamente en los siglos XI, XII y XVI con un factor común: sequías severas aparentemente asociadas a cambios en la frecuencia e intensidad del evento El Niño.

Este evento es una de las dos fases extremas correspondientes al fenómeno que se conoce como El Niño Oscilación del Sur (ENOS). Una disminución en la frecuencia de la fase húmeda (El Niño) respecto a la seca (La Niña) habría contribuido de manera significativa a la inestabilidad social y el colapso final de estas sociedades altamente dependientes de la agricultura para su subsistencia.

¿Qué es el ENOS? El Niño y La Niña

El fenómeno ENOS define a un patrón climático que varía en relación con la temperatura del océano Pacífico oriental en su zona tropical frente a la costa del Perú. La fase Niña se instala cuando la temperatura del océano cae 0,5 °C o más respecto a su valor ‘normal’ por un cierto número de meses consecutivos. La fase Niño tiene lugar en el sentido opuesto (+0,5 °C o más durante varios meses consecutivos).

En Argentina, los efectos de estas fases contrastantes sobre el desempeño de los cultivos extensivos más importantes de la región Pampeana comenzaron a ser bien documentados e interpretados a partir de la década de 1990, en estudios conducidos desde el Instituto de Clima y Agua del INTA en asociación con la Facultad de Agronomía de la UBA y la Rosenstiel School of Marine and Atmospheric Science de la Universidad de Miami, EEUU.

Ya en 1995 los investigadores destacaron la mayor sensibilidad a las fases del ENSO del maíz y la soja respecto a cultivos como el girasol y el trigo. En maíz y soja los rendimientos tienden claramente a mejorar en la fase húmeda de El Niño y a empeorar en la fase seca de La Niña, mientras que el trigo y el girasol no muestran tendencias claras.

También destacaron que haber documentado estos efectos no implica en si mismo un beneficio que justifique la adopción de pronósticos climáticos. Para que tales beneficios ocurran, para el sector agropecuario en particular y la sociedad en general, deben inducir cambios en el proceso de toma de decisiones por los agentes del sector. 

¿Hubo adaptaciones del sector agropecuario al ENOS?

Una mirada a la evolución del rendimiento en grano del cultivo de maíz en la figura que ilustra esta nota responde fácilmente la pregunta. Por un lado, es claro que las fases secas son acompañadas de rendimientos menores a los esperados mientas las fases húmedas promueven mejoras del rendimiento. Por otro lado, mientras la tendencia del rendimiento varió muy poco entre 1900 y 1970 (promedió apenas 1681 kg/ha), desde entonces existió un aumento sostenido del rendimiento, con ganancias anuales que llegaron a los 202 kg/ha entre 1990 y 2004.

Desde 2004 el rendimiento se ubicó, en promedio, en unos 6900 kg/ha. Evidentemente, las mejoras en el manejo del cultivo y la genética fueron capaces de generar beneficios aún en años climáticamente poco favorables. Más aún, el aumento que se registró desde el año 2000 en la frecuencia de fases secas (11 en 23 años) respecto a húmedas (7 en 23 años) nunca provocó mermas de rendimiento por debajo de los niveles registrados durante la triple Niña que marcó el cambio de siglo (1998/99-2000/01).

Probablemente, el cambio tecnológico más destacado, que permitió enmascarar los efectos negativos del clima, fue la adopción de siembras tardías de maíz, que se hizo posible tras la liberación de eventos transgénicos para protección contra insectos y el uso de modelos de simulación agronómicos para la evaluación de escenarios productivos. Esta práctica no solo atenuó los efectos negativos del déficit hídrico a floración que frecuentemente afecta a las siembras tempranas de primavera, sino que permitió expandir la frontera agrícola hacia las regiones subhúmeda y semiárida, agregando valor a la producción de maíz a través del crecimiento de actividades tanto ganaderas como industriales (ej. los biocombustibles). Se pasó así de 3,5 mill has sembradas en 2000/01 a más de 10 mill de has en 2021/22.

¿Los conocimientos adquiridos y el desarrollo tecnológico agropecuario han atemperado los vaivenes económicos del país?

La respuesta se podría sintetizar con la siguiente frase: “Busca una doble Niña y encontrarás una crisis, busca una triple Niña y hallarás una tragedia”. Así, las tres triples Niñas que tuvieron lugar entre 1950 y 2001 dieron lugar a golpes de estado (militares o ‘democráticos’), como ilustra también la figura. No nos fue mucho mejor con las dobles Niñas. La de 2007/08-2008/09 llevó al aumento de retenciones y con ello al tristemente recordado “conflicto con el campo”, con la de 2010/11-2011/12 aparece el cepo cambiario y duplicación de la inflación anualizada, la de 2016/17-2017/18 terminó en una mega devaluación, y lo mismo está ocurriendo con la triple Niña que se inició en 2020/21 y estaría ahora concluyendo. 

La principal razón de la asociación crítica entre ‘sequías y crisis económicas’ radica en que más de las dos terceras partes del ingreso neto de divisas del país depende del sector agropecuario a través de la suma de las actividades Agroindustria y Alimentos. Cualquier condición que reduzca el ingreso por estas actividades provoca un sismo económico de intensidad proporcional a dicha reducción pues, con excepción de la minería y los servicios profesionales, todas las actividades restantes (automotriz, química, maquinaria, turismo, textil, etc) son deficitarias. 

En síntesis, el indiscutible progreso que el sector agropecuario ha tenido en los últimos 50 años, sustentado en una fuerte generación de conocimiento y adopción de tecnología, no alcanza para compensar la persistente mala praxis que caracteriza a la dirigencia política de Argentina en materia económica. 

 

Fuente: AgrofyNews

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