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OPINIÓN

13 de mayo de 2021

Adiós a un buen tipo y un buen gestor

Historias compartidas con alguien que supo distinguirse en la función pública por su sentido común y su don de gente

Un día de enero de 2009 cuando desperté en Unidad Coronaria del Sanatorio Parque, tras muchas horas de sueño, al primero que vi, a mi derecha, fue a Miguel Lifschitz, quien estaba en la sala con su secretaria de Comunicación, o algo por el estilo. "¿Que hace acá, intendente?", le pregunté mientras intentaba abrir los ojos bien grandes. "¿Que hacés vos?", me respondió.

Lifschitz fue siempre un tipo medio parco, pero afectuoso en las situaciones en que valía la pena ser afectuoso. Yo lo cargaba y le decía que era el único dirigente político que entraba a los restaurantes mirando para abajo. O, mejor escrito: que no se abalanzaba sobre los parroquianos buscando aprobación.

A los periodistas políticos nos costó mucho poder aprender a escribir su apellido, cuando se subió el escenario principal. En lo particular, me costó menos tener con él una relación empática. Un par de veces me llamó "amigo", algo difícil de llevar adelante porque esa caracterización no podía impedir las críticas profesionales.

Le decía a Lifschitz recurrentemente que si su gestión no mejoraba la seguridad en Rosario, el socialismo iba a perder la ciudad, además de la Gobernación. Un domingo a las 10 de la mañana me convocó a su hogar en medio de una crisis de seguridad, que se complementaría con una marcha de Rosario Sangra durante la semana. Me preguntó qué pensaba, me escuchó. Fue la única vez que lo noté verdaderamente preocupado.

Lifschitz tenía mente fría, de ingeniero. Eso lo hacía pensar diez veces antes de responder ataques políticos. Sin embargo, siempre buscaba la manera de hacer conocer su opinión. Más de una vez, compartimos asados, excusa para los off the record, que soltaba con discreción, siempre cerca de Horacio Ríos, Facundo De Michele y Claudia Paz.

El último contacto con Lifschitz lo tuve el 15 de abril pasado. En una saga de mensajes por WhatsApp me dijo: "En Rosario hay que parar, pero no por el Covid, sino para terminar con la violencia y la inseguridad". Estaba con coronavirus en su domicilio, el sábado previo a su internación. "¿Cómo la va llevando?", le pregunté. "Bien, hoy mejor", contestó. Le escribí: "A cuidarse, Miguel". Y él me recordó: "Me debés un lechón de Teodelina". No pudo ser.

Me cuesta escribir esta nota, quería que Lifschitz saliera bien de la enfermedad y no estaba preparado para semejante desenlace. Habrá tiempo para futuras columnas sobre cómo queda la política santafesina sin Lifschitz. Por lo pronto, todo vuelve a fojas cero.

Es verdad que, muchas veces, la muerte embellece, mejora a las personas. No es el caso de Miguel. Fue en vida un buen tipo. Y un muy buen gobernante. O a la inversa. Y alguien que no quiso saltar de su lugar en la fila para la vacunación, algo que, tal vez, le hubiera salvado la vida.

El periodismo político pocas veces logra vincular personalmente a los periodistas con los gobernantes. Por desconfianzas mutuas, o porque, como en la vida misma, algunos caen bien, otros mal, y otros, simplemente, no generan corrientes de afecto.

No es mi caso con Lifschitz. Por eso incurro en la primera persona para escribir este artículo de despedida.

Chau Miguel, descansá en paz.

Fuente:La Capital

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