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26 de julio de 2020

En busca de un proyecto

Llevamos décadas sin gobierno. Es hora de forjar un proyecto y convocar a un pueblo a que se convierta en su motor. Es hora de volver al destino común compartido

Hablando con mi vecino rural, que acaricia los noventa, me cuenta que su padre, suizo, vino a la zona en barco, cuando no había nada. Eran varias familias de colonos que venían a una zona de humedales aislada y distante, ni soñar con los caminos ni la energía eléctrica. Tardarían en llegar los motores. Eran tiempos de casas isleñas, la pesca, la madera, el hacha. Luego vendrían frutales, lanchas que los llevaban al colegio -cuenta que eran 200 alumnos, ahora hay 15-. Ellos y sus vecinos provienen del mismo pueblo: colonos que conquistaban la tierra a puro esfuerzo, a mano, y gestaban maravillas. El Estado les facilitaba la propiedad, ellos convertían la selva en pradera. Se enoja con el paisano de al lado, dice que usa fertilizantes, y él se opone. Nos conocemos desde hace tres décadas, nunca fuimos visitados por el poder político, por el estado provincial o municipal, que se ocupa de mantener los caminos pero no promueve ni se involucra en un proyecto productivo, como si eso no le correspondiera a la política. Visité el INTA varias veces. En fin, el emprendedor no tiene ni ciencia ni estado ni crédito, le comento. Mi vecino se lo toma a risa, el poder a veces le pide el voto, nunca lo convocó a pensar, a compartir su experiencia ni a organizar juntos un proyecto común. El Delta estaba poblado, antes de la luz y del teléfono, frutas y madera, turismo, lanchas que continúan llevando niños al colegio, aportes que siguen vigentes, todavía sobreviven espacios no tocados por el mortal virus del “ajuste perpetuo”. Y algunos, muchos, que vivían su aislamiento con dignidad, ahora que podrían estar comunicados y apoyados por la tecnología, terminaron apiñados en caseríos subsidiados, convertidos en clientela electoral. El Estado no se ocupó de su obligación de generar trabajo. Al menos, de mantener y actualizar el existente, readaptar espacios productivos, mantener tradiciones, obrajes plenos de historia y esfuerzo, dignos de admiración y visita, poderosa atracción para el turismo más sofisticado. La modernidad informática necesita del artesano, son complementarios. Mi interlocutor tiene diez años más que yo. Cuando la última inundación nos secó los frutales, le fui a contar que yo no plantaría más, y lo encontré con la pala en la mano. Volví en silencio, y de esos árboles que su persistencia me impuso cosecho hoy mis limones, naranjas, mandarinas. Él instaló un recreo sobre el río, un pequeño almacén, fue dejando sus montes y su ganado. Hijos de inmigrantes que siguieron el camino del colono fundador, que en millares de casos nuestra desidia dejó agonizar.

 

Me aferro a este encuentro ya que imagino necesaria otra refundación, miles de productores impulsados por el Estado, con frutales, colmenas, maderas, turismo, inventando productos que ocupen esos nichos exigentes que abren puertas, en definitiva, mercados. Sé que no alcanzan para cambiar la realidad; solo son símbolos imprescindibles para empezar por algún desafío, conquistar tierras, fundar ciudades satélites, edificar millares de viviendas, convocar a un país europeo a que nos financie y acompañe a reconstruir el ferrocarril, volver a una flota fluvial propia como supimos tener, ser capaces de convertir al inversor nacional en el impulso del productor que lo necesita, salir de la trampa depresiva, entrar en la fortaleza de la lógica generadora de riquezas. Esa reafirmación del pasado es fundante para ingresar en la modernidad. Necesitamos desafíos, motores que dibujen futuros, limitar concentraciones, impulsar a pequeños y medianos propietarios, terminar con el relato perverso de los que ganan aquí y guardan afuera. Desarrollar la inventiva y la pasión por crear, esos dones que, junto con la tierra, hace tiempo que dejamos de explotar de tanto imitar a los que nada tienen que ver con nosotros. Y salir de la frivolidad de la ciencia socialista e instalarla al servicio de la producción.

Se requieren brazos que se vuelvan desafíos, oportunidades que se multipliquen, mercados que se abran, e inversores nacionales -esos que tantas veces fueron defraudados-, buscar un mecanismo que les dé seguridad, y entonces salir de la crisis convirtiendo el subsidio en salario. Normas que nos obliguen a transformar la ayuda en esfuerzo, en búsqueda de trabajo, reglas claras que permitan a cada sector producir y crecer. La naturaleza nos dio mucho, la energía creadora es infinita, la demanda existe, la voluntad sobra, conducir es “poner voluntades en paralelo”, supo decir Perón. Volver a ser la sociedad más desarrollada del continente: si lo fuimos no hace tanto, podemos volver a serlo. Gobernar es “dar trabajo”. Llevamos décadas sin gobierno. Es hora de forjar un proyecto y convocar a un pueblo a que se convierta en su motor. Es hora de volver al destino común compartido. Intentarlo es necesario, lograrlo es posible, lo demás son detalles.

fuente: info bae

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