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POLICIALES

8 de octubre de 2017

La chica que luchó 16 años hasta ver en la cárcel al último de sus violadores

Paula fue entregada por sus padres para que la prostituyeran cuando tenía 14. Lo contó en la escuela, la liberaron y desde entonces persigue a los culpables. Ahora cayó el que faltaba.

Está sentada en una escalinata chiquita que tienen los Tribunales porteños sobre Lavalle al 1300, cerca de la esquina con Talcahuano. A mitad de cuadra, en la puerta de la Unidad 28, hay familiares de detenidos que aguardan para entregar cigarrillos y tarjetas de teléfono antes de que los trasladen a la cárcel. Paula (30) espera, hace demasiado tiempo que espera, y por eso no quita su atención de ese portón negro custodiado por el Servicio Penitenciario Federal mientras charla con Clarín.

Así pasó diez mañanas y diez noches, cuando suceden los traslados. Siempre esperando. Hasta que a las 0.30 del 26 de septiembre vio salir esposado rumbo al penal de Marcos Paz a uno de sus explotadores sexuales, al que buscaba hace 4 años tras una incansable lucha. "Fueron 16 años, más de la mitad de mi vida, buscando Justicia, y siento que termina siendo injusta", dice con tristeza.

Fue en 2001 cuando Paula le contó a la directora del colegio que, cuando no iba a clases, le decían Florencia y era obligada a prostituirse. Desde hace 16 años batalla con todas sus fuerzas para que todos estén tras la rejas: su papá y su mamá fueron derecho a prisión cuando los condenaron por haberla entregado para que la prostituyeran a los 14 años; sus explotadores, en cambio, se fugaron. Debió esperar hasta 2014 para ver caer a uno de los regenteadores y para ponerle fin a la cacería de ese ‘cliente especial’ que ella encaró y luego le sirvió con un moño a la Policía. Pero le faltaba uno de los proxenetas, el que desafió la Ley trabajando en blanco por cuatro años. Ese mismo, que ahora duerme en la cárcel: Osvaldo Aníbal Valdez (64).

“Me citaron para contarme del arresto con una psicóloga presente. Pobre mujer, se debe haber sentido muy frustrada, porque entré como en trance no bien me enteré”, se sincera. Ahora, puede comenzar a cumplir ese sueño que le contó a este diario allá por 2014, cuando Clarín reveló cómo había encerrado a su abusador: “Ser una excelente abogada penalista, ayudar a los que sufrieron como yo y criar a mi hermana”.

 

La vida de Paula -que no se llama Paula y que se recibió ya de abogada- no fue vida. Desde los 4 fue abusada y era su mamá la que recibía dinero a cambio. Su papá, un ex policía de la Federal, la visitaba de vez en cuando en su casa de Moreno porque tenía otra familia. A los 6, fue hallada en situación de calle e internada en un instituto de menores de Otamendi. De allí salió para irse a vivir con los abuelos maternos, pero uno sufría demencia senil y el otro era alcohólico. Por eso, se mudó con la tía que le cobraba a sus amigos para que violaran a su sobrina. “La plata la dejaban en una mesita cuando se iban”, recuerda, si es que eso se puede llamar recuerdo. Así fue que regresó con su madre hasta que el padre la entregó para que la prostituyeran en marzo de 2001. Ocho meses después, la rescataron del infierno tras contar todo en la escuela. Desde entonces, a puro coraje, batalló por obtener Justicia.

Su primer paso fue inédito: en 2005 fue habilitada para acusar a sus propios padres. En 2013, cuando la Corte Suprema confirmó la condena que tres años antes había dictado el Tribunal Oral en lo Criminal N° 17, ambos recibieron 10 años de prisión por abandono de persona agravado por el vínculo. En ese mismo juicio, sentenciaron a sus explotadores Valdez y a Hugo César Peña a 8 años por promoción de la prostitución de una menor; y por ese mismo delito le tocaron 5 años al ‘cliente especial’ que tenía Paula. Se trata de Alberto Pampín, propietario de una empresa de iluminación de eventos que tuvo vínculos K y que cayó porque pagaba con cheques a su nombre por los “servicios” de la nena, a la que también obligaba a drogarse. ¿Cuánto? $135 el turno. A ella le costó, psicológicamente, mucho más atraparlo.

 

Hasta el 15 de septiembre pasado, Valdez era el único que seguía esquivando a la Justicia. Lo detuvieron en la puerta de un garaje de La Rioja al 1100 donde trabajaba como encargado. “Ya sé por qué me buscan. Ya perdí, me encontraron. Todos caímos por culpa de los cheques de Pampín”, fue lo que les dijo Valdez a los agentes de la División de Búsqueda de Personas de la Superintendencia de Investigaciones Federales que en menos de seis meses de trabajo le pusieron fin a sus cuatro años como prófugo y a un pasado oscuro que nadie conocía como Paula.

“No iba a descansar hasta que estuvieran todos presos”, explica y detalla que, así como hace tres años investigó y consiguió que detuvieran a Pampín, lo mismo quiso hacer con Valdez pero siempre llegaba a una calle sin salida: “Supe que trabajaba como taxista, pero le perdí el rastro porque nunca renovó la licencia y no se había hecho el DNI digital”.

En octubre del año pasado, Paula comenzó a recibir amenazas. Nunca imaginó que esa sería la ruta que la llevaría derecho hasta su explotador prófugo. 'Vas a aprender a callarte la boca. Nosotros vamos a enseñarte', la última vez que escuchó el mensaje fue hace tres semanas y media. A veces la llaman a su celular o al trabajo, en otras ocasiones le tocan el timbre a las 3 de la madrugada y se lo dicen por el portero; y en dos oportunidades las sufrió en carne propia: la noquearon en la calle y le susurraron la intimidación al oído. Se mudó y siguieron, le dieron consigna policial y botón antipánico pero nada los detiene.

 

Siempre sospechó que podía ser Valdez o Pampín, también preso en Marcos Paz. Y por eso dio sus nombres cuando hizo la denuncia en la Justicia. Así fue que se inició una investigación y se activó la búsqueda del último prófugo en marzo de este año. Dicen que cuando lo arrestaron, les dijo a los policías que estaba esperando que se cumpla el plazo de la pena para presentarse en la Justicia, así quedaba como un hombre libre. Tras permanecer hasta la madrugada del 26 de septiembre en la alcaidía de Tribunales, fue enviado a la cárcel. Paula montó guardia todo ese tiempo: “Sólo quería verle la cara para quedarme tranquila que era él”.

Y como corolario, la misma semana de la detención recibió una noticia que alivia, al menos por ahora, la incansable batalla que comenzó hace 16 años cuando se liberó de sus explotadores: a Pampín le negaron la libertad condicional y, aunque sospecha que apelará esa decisión, reza: “Soy abogada, sé que le corresponde, pero sería otro logro que cumpla toda la pena”.

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