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POLITICA

29 de junio de 2020

Un asado en Olivos con un intendente que quería ser gobernador

Misceláneas de un almuerzo bajo los árboles de la quinta presidencial. Duhalde le pidió a Obeid y Reutemann que dieran de baja la ley de lemas.

“No quiero hablar de las negativas de Lole a ser candidato, porque después se enoja conmigo”, dijo Eduardo Duhalde, mientras los mozos de la Residencia de Olivos se acercaban, con bandejeo de choripanes y achuras, tras una primera ronda de empanadas cortadas a cuchillo.

   El verde la Quinta de Olivos (un paraíso rodeado de cemento), en Villate al 1000, se hacía ver ante los pocos ojos curiosos. Duhalde llegó a su lugar, casi en un extremo de la mesa de madera, larga, largúisima, debajo de los árboles y el sol primerizo de primavera. Se desprendió de su saco, aflojó el nudo de una corbata estridente y me clavó la mirada. Nos conocíamos de mil entrevistas anteriores. “Con lo que les gusta Olivos a ustedes, los periodistas, el Lole les haría un favor si es presidente. Estarían acá todas las semanas, aunque Carlos (por Reutemann) es pijotero, no sé si les pagaría un asado como este”, metió presión el hombre cuya comisuras de los labios siempre están hacia abajo.

   Reutemann abrió los ojos, insinuó una mueca, contó una anécdota. “Cómo joden, che. Los otros días Chiche (por la esposa del presidente) hizo el último intento para convencerme. Como sabe que me gusta la natación me llevó a ver la pileta de la Quinta y me dijo: «Mirá qué linda, ¿no te gustaría tenerla toda para vos». Le dije a Chiche que que es tan grande (la Quinta) que por ahí la corto por la mitad y le meto soja”. Y se mandó un fondo blanco de agua mineral.

   “Che, Hermes, ¿vas a ser el candidato a gobernador o vas a seguir con la tasa de barrido y limpieza”, le preguntó en forma de chicana Duhalde al intendente rosarino. “Presidente, tenemos la ley de lemas, que es inmoral, ni se le ocurra ponerla a nivel nacional. Es un fraude”, respondió el caudillo socialista con el ceño fruncido. “Y por qué no derogan esa ley de mierda?”, repreguntó el jefe del Estado, que estaba en pleno auge de la “unidad nacional” y añoraba ser Churchill para dejar atrás al puntero de Lomas de Zamora de dudosa fama.

Reutemann escuchaba todo pero se hacía el desentendido. Auscultaba la fecha de vencimiento del agua mineral. “Eso preguntáselo a Reutemann”, le sugirió Binner. Duhalde levantó un poco la voz, como para que lo escuchen todos: “Che, Lole, dice el Flaco que le saques de encima la ley de lemas”.

   Reutemann se pasó las dos manos por los ojos. Tenía sueño. Miró a su derecha y pasó la pelota a siete metros, donde estaba sentado Jorge Obeid, con un par de obeidistas. “Preguntale al Turco, que es el candidato a gobernador”, se sacó de encima el abrojo. Obeid se levantó de su silla y y se golpeó el pecho: “Eduardo, Lole, la máxima peronista dice: lo que sirve no se toca”. Binner hizo un gesto con las manos. Se preguntaba qué hacía ahí. Habría anuncios de “obras para la provincia”, según Protocolo de Presidencia.

   Por esos días, Chacho Alvarez lo incentivaba al jefe socialista para ir por la Gobernación. “Si no vas a estar sólo para cobrar la tasa de barrido y limpieza”, lo chicaneó Alvarez una noche en el bar del hotel Riviera, tras una conversación a solas con Guillermo Estévez Boero y el entonces intendente rosarino.

   La renuncia del presidente estaba en manos de la Asamblea Constituyente y, mientras los comensales hablaban de otra cosa, le pregunté a Duhalde qué pasaba si le rechazaban el pedido de dimisión. “Maronna, yo me voy el 25 de mayo aunque me secuestren en Olivos”. Ahí insistió el periodista: “¿Y si gana Menem?”. Ahí, Duhalde empinó el vaso de Terma y luego suspiró: “Que dios no lo permita”.

El Satánico Doctor No

Aprovechando el momento de mano a mano con el enviado rosarino, Duhalde se dio cuenta de que Reutemann estaba en otra cosa y preguntó: “Cómo hacemos para convencerlo a este. Es el único político en el mundo que no quiere ser presidente teniendo todo para serlo”. La respuesta le saca una sonrisa a Duhalde: “Es el Satánico Doctor No”. Pese a todo no perdía las esperanzas de doblegarle la negativa. En la cabeza de los políticos tradicionales no cabe la posibilidad de renunciar a los cargos.

   Mientras el sol del mediodía y la sobremesa convoca a una de esas modorras que tan bien describe Juan José Saer, con un cigarrillo en la mesa, el operador de cien mil batallas, Juan Carlos Mazzón (a quien este periodista llamaba cada diez días para tener información en “off”), acerca su silla y larga un vaticinio que, de cotizar, hubiera pagado fortunas. “El presidente no entiende que el Lole no va a ser. Va a venir Lupín y nos va a romper el culo a todos”. Lupín era Néstor Kirchner.

   Con el nudo de la corbata cada vez más cerca del pecho, el presidente de la Nación se levantó de su silla y pidió un brindis “por la provincia de Santa Fe y el futuro presidente”. No quedaba casi nada de Terma en la botella. Antes de emprender la retirada hacia lo que se denominaba “la Jefatura” de Olivos, el celular sonó fuerte. Era Hugo Chávez, desde Venezuela. Lo llamaba para invitarlo a una reunión bilateral.

   Reutemann sólo quiso escaparse y hacerse invisible, Binner ya se había ido. Obeid prendió un puro y miró los esplendorosos jardines de Olivos. A las tres de la tarde, la Panamericana se abría como una flor.

fuente: la capital

 

 

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