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POLITICA

10 de marzo de 2019

"Existe desilusión y la oposición está ante su gran oportunidad"

Eduardo Fidanza, lucido analista de la realidad, dijo que "Cambiemos no dispone de poder para llevar adelante reformas".

Eduardo Fidanza es uno de los más lucidos y prestigiosos analistas de la realidad política. Leerlo y escucharlo es uno de los pocos placeres que ofrece la diezmada actualidad argentina.

En una entrevista con La Capital, el director de Poliarquía dirá que "Cambiemos no dispone de poder para llevar adelante reformas", alerta que "querer salvarse polarizando es una irresponsabilidad política" y descalifica a Jaime Durán Barba por acicatear la idea de que si vuelve Cristina al gobierno "armaría una guardia de motochorros y narcos para asesinar opositores". Se planta y añade: "Eso es una calumnia que daña la democracia".

Fidanza expresa que la oposición está ante "la gran oportunidad" de ganar las elecciones, pero cree que el peronismo carece de un programa para el Siglo XXI. "Lavagna representa una oferta que se lleva bien con el sentido común", afirma el profesional, al tiempo que le dedica un párrafo interesantísimo a la UCR: "El corazón radical es socialdemócrata, y un socialdemócrata puede hacer una coalición de derecha, pero nunca será un matrimonio por amor, sino por conveniencia". Chispeante, Fidanza comenta que "Cristina merece una serie de Netflix por el misterio respecto a si será o no candidata. Los argentinos no pueden dejar de hablar de CFK".

 

—El gobierno parece como librado a su suerte. Como que todo depende de tener enfrente a Cristina y alimentar la grieta. ¿Puede tener chances Macri de ser reelecto con la economía tan complicada?

—Empezaría por despersonalizar a los actores para plantear una cuestión más estructural del sistema político argentino. Me refiero a que los gobiernos peronistas, independientemente de su orientación, creo que han poseído, en los hechos, más poder político que los no peronistas. El peronismo perdió elecciones por divisiones internas, pero conservó porciones importantes de poder. Cuando digo mayor poder político me refiero fundamentalmente al control de las Cámaras legislativas, a la afinidad con los principales sindicatos y corporaciones, y al arraigo territorial en los conurbanos de las grandes ciudades y en el interior de las provincias. Cambiemos, a pesar de su resonante triunfo en la provincia de Buenos Aires, no dispuso nunca de ese poder, como les sucedió antes a los gobiernos radicales. Ante una crisis como la que atravesamos, la falta de resortes de poder deja al gobierno con pocos recursos e iniciativa, una vez que la política económica no da resultados y la popularidad presidencial desciende. Tengo la impresión de que Cambiemos planteó una agenda de reformas razonable, pero no dispone de poder para llevarla adelante. Como contrapartida, el peronismo, si se unificara, dispondría de poder, pero no ha dado la menor señal de poseer una agenda acorde con los problemas que el país enfrenta y enfrentará en los próximos años. Por cierto, que ante estos problemas estructurales, querer salvarse polarizando es para Cambiemos un mero recurso de marketing destinado, a mi juicio, a fracasar.

—En su extraordinaria columna en La Nación ("Los prejuicios apocalípticos de un consultor"), escribe usted que las afirmaciones de Durán Barba, alimentando la grieta, "dañan el sistema". ¿Podría explicar esa idea?

—Gracias por su comentario. Afirmar que si Cristina regresara al gobierno armaría una guardia con motochorros y narcotraficantes para asesinar a opositores es una calumnia que daña la democracia. Aunque sea polémico, hay que recordar que el kirchnerismo no vulneró las garantías básicas: libertad de reunión, asociación y opinión, pues no persiguió opositores con métodos violentos, y respetó los resultados electorales. De otro orden es la cuestión de la corrupción ocurrida durante sus gobiernos. Algo deleznable, sin dudas, pero que nada tiene que ver con asesinar opositores o no cumplir las reglas básicas del sistema. Dicho esto, a Cristina le queda por explicar qué ocurrió con Nisman. Detrás de este terrible caso hay un submundo que representa el lado más oscuro y obsceno de la política, que no le incumbe solo al kirchnerismo, pero ella le debe un esclarecimiento a la sociedad porque era la jefa del Estado cuando ocurrió ese crimen.

—Si Cristina no se baja, aun perdiendo, quedaría con una notoria cantidad de legisladores que, sumados al resto del arco opositor, podrían trabar la marcha del gobierno. En ese caso, el acicatear la grieta es agregar nafta al fuego.

—Por cierto. Uno de los problemas políticos de fondo en la actualidad es la pérdida de legitimidad de los dirigentes y los partidos. Eso, agravado por una crisis económica de insondable profundidad. En ese contexto, a ninguno le alcanzará con la fuerza que posee. El próximo gobierno, cualquiera sea su signo, necesitará el consenso de la oposición. Debido a eso, creo que ensanchar la grieta porque conviene al marketing electoral, además de ser un error táctico, es una muestra de gran irresponsabilidad política.

—¿Qué debería hacer el gobierno para intentar recuperar el centro de la escena?

Está en una situación muy difícil, pero tiene un antecedente favorable: ha ganado las dos últimas elecciones. El partido más pequeño (PRO), como David, venció al más grande (PJ), que le tocó el papel de Goliat. En esto se cifra la confianza de la mesa chica del presidente. Esos éxitos se basaron en la prevalencia del voto por razones políticas, antes que por motivos económicos. La apuesta de Macri es a que se repita la misma conducta. Pero me parece que no será así esta vez. Le queda al gobierno esperar que el voto peronista se divida y aguardar una recuperación de la economía real, algo que parece muy difícil a esta altura.

—Qué es lo que más le sorprende de la acción o inacción oficial, atento a que la sociedad le ha tenido y le tiene una paciencia asombrosa cuando todos los indicadores están en rojo?

—El éxito de Cambiemos se origina en el cansancio que, al menos para la mitad de la sociedad, provocó Cristina. Su gobierno terminó con inflación, corrupción, estancamiento y un tercio de pobres, con una presidenta que saturaba con sus discursos y diatribas, casi a diario. Ante eso, Macri emergió, por logros y contingencias, como la contracara. En algún sentido, ese contraste sigue funcionando para, al menos, un tercio de la sociedad. Acaso de allí provenga la paciencia, además de los planes sociales que amortiguan algo la desesperación. Pero también debe resaltarse la responsabilidad de los dirigentes sociales y políticos opositores que, con pocas excepciones, se han negado hasta ahora a ocupar la calle con actos de violencia. Aunque estemos en una situación crítica cuyo desenlace desconocemos, debemos reconocer que la democracia argentina sigue evitando las tragedias.

—¿Observa que la oposición tiene hoy alguna luz de esperanza, basada en la realidad, que le permita ser optimista?

—Creo que la oposición está ante su gran oportunidad, porque existe mucho descontento y desilusión en la sociedad. Ahora, si va a poder responder o no a las demandas es algo que no está claro. Yo sostengo que el peronismo carece de un programa para el siglo XXI. Tiene poco o nada que decir sobre las grandes cuestiones que se debaten en el mundo. Para poner un caso, el peronismo, siendo el partido laborista de la Argentina, jamás habla de las profundas transformaciones estructurales en el mundo del trabajo debidas a los cambios tecnológicos. Los sindicatos argentinos retrasan muchos años y los empresarios que simpatizan con el peronismo, que no son pocos, se quedaron en el siglo pasado. Para seducir a la sociedad se necesitan respuestas que el peronismo y sectores afines a él no están ofreciendo.

—¿Qué significa que un hombre de 77 años, como Roberto Lavagna, sea sindicado por muchos como una salida posible a la asfixia? Se lo pregunto, porque hasta hace muy poco tiempo parecía que una nueva casta de jóvenes, con reminiscencias yuppies, era la que salvaría al país.

—Lavagna, más allá de su edad y otras circunstancias personales, representa una oferta que se lleva bien con el sentido común. Porque llena un vacío evidente cuando las dos principales figuras de espectro político generan el rechazo de la mitad de la sociedad. Su propuesta es trasversal, lejos de la grieta. Pero despersonalicemos otra vez: no se trata de Lavagna, sino del sentido común. A la gente no le gusta que los dirigentes se peleen y menos aún cuando se atraviesan penurias. Tal vez con él, o con otro, los argentinos puedan decidir no por el menos malo, sino por el que les parezca un poco mejor. Respecto de los jóvenes tal vez habrá que esperar, pero quiero señalar que muchos de ellos son buenos y no arrastran las señas de la generación anterior, más entrenada para pelear que para ponerse de acuerdo.

—La UCR ha sido siempre un partido de clase media. Hoy parece el coronel Kurtz en Apocalypse Now. Está del otro lado de la línea y no sabe si volver o quedarse donde está. ¿Cómo evalúa la realidad de la UCR?

—La UCR, como suelo aclarar, ha sido el partido de mis afectos de la juventud. Como otros de mi edad, salimos de la dictadura de la mano de Alfonsín. Eso es inolvidable y lo llevo inscripto en el cuerpo, sin exagerar. Dicho esto, no debemos ocultar la realidad: el radicalismo pasó de ser un partido nacional de masas a un partido relativamente desarticulado con poco caudal electoral, cuya mayor fuerza reside en la implantación que posee en las provincias. Diría que hay más cultura radical que partido radical. Por otra parte, los radicales son indóciles a una dirección unificada. Hacen sus convenciones, eligen autoridades, labran documentos, pero sus dirigentes suelen guiarse por la conveniencia personal, más que por los intereses del partido. PRO le ganó mucho espacio por dos razones: mayor eficiencia y más organicidad. Ahora bien, el corazón radical es, a mi modo de ver, socialdemócrata y un socialdemócrata puede hacer una coalición con la centro derecha, pero nunca será un matrimonio por amor sino por conveniencia.

—¿Lo peor para el gobierno es la caída de las expectativas?

—Me parece que sí. La base de los triunfos de 2015 y 2017 fue una promesa de bienestar, no la concreción del bienestar. El gradualismo resultó una buena estrategia política para mantener la ilusión, hasta que la crisis se lo llevó puesto. La sociedad hizo "el aguante". Pero "bancar" funciona por un tiempo, excepto que se trate de nuestros hijos.

—¿Hay chances de que Cristina no participe de las elecciones?

—Hay más chances de que no participe del proceso electoral de lo que muchos analistas y observadores suponen. Pero el misterio de lo que hará (e hizo) ya merece una serie de Netflix. Para bien o para mal, los argentinos no pueden dejar de hablar de Cristina.

 

La Capital

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