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OPINIÓN

26 de abril de 2020

Al Gobierno le falta peronismo

Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer.

Nos encontramos con Julio Aurelio y, dirigiéndome a su hijo Federico, dije: “Nos conocemos de toda la vida”. Julio, ya con las limitaciones de su enfermedad, respondió con tristeza: “Pero no fuimos capaces de constituir una generación de amigos”. Esa frase fue sin duda una de las más duras verdades de la crítica a nuestra generación. No hemos construido una dirigencia digna de respeto en casi ninguna de las instituciones vigentes. Me sigo sintiendo peronista, sin partido ni lugar donde debatir mis ideas. Sigo también distanciado de los tres intentos de deformación de nuestra historia: la primera fue la guerrilla que imaginó superar la epopeya del pueblo con la violencia; la segunda fue Carlos Menem, quien decidió elegir el camino de la traición como si fuera la modernidad; y la última el kirchnerismo, que sin respetar el pensamiento de Perón encarna una mezcla de conservadores con progresistas y algunos antiguos marxistas para terminar en un rumbo que según mi buen entender promete un complejo futuro.

Concibo la historia argentina como habiendo transitado tres etapas. La primera, fundacional, en manos del pensamiento conservador; luego, el radicalismo, que incorpora la democracia y la participación de la clase media; y finalmente el peronismo, que suma a la clase trabajadora y define un modelo de sociedad industrial. Ya con Alvear teníamos presencia entre los pocos países que desarrollaban la industria aeronáutica. Tiempos en los que fabricábamos aviones y ferrocarriles, coches y motos, exportábamos industria y repito hasta convertirlo en muletilla, a la muerte de Perón la pobreza era del cinco por ciento tras diez y ocho años de proscripción. El golpe del 55 que lo derrocó no pudo destruir sus logros, todavía ni en las fuerzas armadas reinaba el pensamiento colonial que luego invadiría buena parte de nuestras estructuras intelectuales. El peronismo nace como aparente conflicto, “Braden o Perón”, e implica una dialéctica que será permanente: patria o colonia. No caben muchas otras acepciones. Y es necesario aclarar que para nuestra visión el marxismo implicaba otra forma de dependencia: los imperios eran dos y enfrentarlos era la obligación de cada uno de nosotros. En esos tiempos fue muy difícil sostener un proyecto propio: la cantidad de adoradores del imperio que surgirá en la posterior decadencia marca sin duda las dificultades de aquella concepción. También tuvo su desarrollo, digno de ser reivindicado, un marxismo nacional, como un verdadero basamento teórico.

El peronismo se asentaba en un acuerdo con los sectores productivos. Su primera etapa será una alianza con la “industria Flor de ceibo”, como se denominaba ese desarrollo original. En su retorno, Perón elige la alianza con Gelbard, que expresaba el aluminio y la informática, una voluntad de desarrollo nacional bien definida. “De casa al trabajo y del trabajo a casa”. “Quien no produce al menos lo que consume no tiene derechos”. Todos conceptos que nada tienen que ver con la culpas de relajamiento social que nos asignan, olvidando que en vida de Perón no existían los subsidios. El trabajo era el camino a la dignidad, el subsidio surge después de la última dictadura y como resultado de la destrucción que esos que se dicen “liberales” ejercen sobre el conjunto de la sociedad. Abrieron decenas de bancos y financieras: si ganaban era de ellos; las pérdidas terminaron como deuda externa de todos. “Achicar el Estado es agrandar la Nación”, rezaba la consigna que definía a los falcon verdes de los asesinos; la otra decía “somos derechos y humanos”. Sobre ese triste concepto se desarrolla el nervio del peor liberalismo, la destrucción del Estado y la desnacionalización de todos nuestros logros. La luz, el gas, los teléfonos, los ferrocarriles, el juego, los aeropuertos, todo lo colectivo fue pasando a manos privadas, sin siquiera el necesario control de esas supuestas inversiones y sus desmedidas ganancias. Privatizamos rutas que había construido el Estado donde instalaron sus peajes los “adjudicatarios”; regalamos lo de todos para inventar supuestos inversores que nunca existieron. Eso fue la dictadura y también el menemismo y aclaremos que, ni Néstor ni Cristina Kirchner cuestionaron la esencia de ese sistema de apropiación.

Me resulta absurdo que exista el odio al peronismo, cuando este tuvo varias identidades, siendo sin duda en la memoria popular el mejor momento de sus hijos. Después de la muerte de su fundador, tanto el liberalismo de Menem como el progresismo con los Kirchner son desviaciones de un pensamiento que en alguna medida podríamos decir que ocupó entre nosotros el lugar de la socialdemocracia, asumiendo que en su primera etapa tiene matices autoritarios mientras Perón ocupa en su retorno el lugar de pacificador.

El actual gobierno no tiene mucho de peronismo, pensamiento más vigente en las provincias. Es cierto que bajo su recuerdo también se refugian aun aquellos que lo cuestionan mientras la lealtad popular al mejor momento de sus vidas sigue con plena vigencia. Y eso suele llevar a una reiteración de las formas que muy pocos expresan a sus contenidos y que otros ni siquiera conocen. Necesitamos superar nuestras diferencias y, en ese espacio, temas como la venida de los médicos cubanos o la agresión a la Justicia solo sirven para multiplicar opositores. Hay sectores, de ambos bandos, convencidos de la necesidad de continuar con la confrontación. Demasiados votantes de Macri no terminan de digerir la derrota; del otro lado, algunos provocadores intentan devaluar el esfuerzo presidencial por superar los conflictos. Y finalmente, el moderno líder de la derecha continental, Don Vargas Llosa, convoca a ricos asustados del “populismo” -nombre que utilizan ellos para devaluar la democracia- como si no fueran los necesitados los verdaderos dañados por aquellos que acumularon riqueza y poder a partir de engendrar miseria. La derecha que asusta y oprime dice estar asustada y una izquierda, tan inconsciente como siempre lo ha sido, le hace el caldo gordo con provocaciones sin sentido. La madurez obliga a apoyar la cuota de cordura que hoy ofrece el gobierno, con las críticas que merece pero a pesar de las cuales igualmente sigue siendo lo más coherente que tenemos al alance. Reivindico, con sus virtudes y defectos, al actual gobierno como superador del caos que fue Macri y las provocaciones de Cristina y sus fanáticos. Ignoro todavía si la elección de Alberto Fernández fue el primer gesto de una nueva Cristina Kirchner o tan solo una movida lúcida para lograr el triunfo. Los que la rodean no la ayudan mucho. Lo demás es la pandemia, y esa es una curva que, si se expande, mete miedo.

 

 

fuente: infobae

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