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6 de abril de 2020

Coronavirus: cuando el optimismo puede resultar peligroso

Por Sergio Luis Guala

La actitud positiva, según estudios del King’s College de Londres, está determinada hasta en un 25% genéticamente y es mucho lo que podemos hacer para aumentarla, desde corregir nuestros enfoques y consideraciones, o simplemente examinar nuestras actitudes y desarrollar mejores y más positivas estrategias afrontativas. Hasta aquí todo esto es saludable.

Sin embargo, hay que diferenciar la actitud positiva del optimismo. Si bien suelen confundirse o tomarse como sinónimos, no lo son. Los sujetos optimistas poseen mayor actividad del lóbulo frontal derecho mientras que los pesimistas del izquierdo. El exceso de optimismo normalmente goza de buena prensa, pero podría encerrar aspectos negativos ocultos como minimizar los riegos, tener actitudes triunfalistas o caer simplemente una visión de control y desprecio por los datos de la realidad y triunfo sobre el futuro. En relación al comportamiento de los argentinos y latinoamericanos, hay una clara tendencia a un exceso de optimismo. No es que exista un cerebro argentino, pero sí existe una construcción social del cerebro como sostienen muchos trabajos científicos. Habitualmente preferimos al médico que nos da buenas noticias, sin importar si su criterio está basado en la evidencia científica, y tratamos de evitar aquel que es riguroso y metódico aunque a veces no tan optimista. Es decir, preferimos negar que conocer la verdad y buscamos a personas o profesionales que nos ayuden a sostener nuestro sesgo confirmatorio. En nuestro pasado existen diferentes formas de exceso de optimismo. Seguramente damos por sentado que nuestro equipo saldrá campeón, ganará nuestro candidato en las elecciones o situaciones mucho más dolorosas y profundas como el optimismo patológico de ciertos criterios de decisión triunfalista en Malvinas, más allá de que nadie discute el derecho de soberanía argentina.

Hoy frente a la pandemia nos enfrentamos a un futuro que aún no está escrito. Como muy bien señaló el doctor Pedro Cahan: "Los científicos que estamos colaborando en los comité de crisis vamos escribiendo la obra mientras estamos en el escenario”.

En las actuales circunstancias un exceso de optimismo podría resultar fatal y generar una presión insoportable para la dirigencia. El Presidente de la Nación y su equipo de colaboradores soportan a diario numerosas presiones y reclamos de empresarios, clase media y poblaciones más necesitadas, todos ellos absoluta e indiscutiblemente válidos. Conocemos que la cuarentena podría causarle una pérdida económica al país de mil millones de dólares diarios. Si bien esto resulta por demás impactante, no hay recuperación económica si no ponemos en primer lugar detener la abrumadora capacidad de contagio del virus COVID-19. Un exceso de optimismo por parte de las autoridades y la premura en levantar la cuarentena podría tener costos absolutamente indeseables tanto en el marco de la defensa de la vida como en el aspecto económico. Podríamos caer en la ilusión de conocimiento no fundado en la evidencia científica que disminuyendo la restricción del aislamiento social resultaría en un beneficio económico sin tomar en cuenta que paradojalmente podría resultar una forma de aumentar el riesgo de contagio, el caos y un daño final impredecible.

El paradigma indiscutible es que para reparar los daños de la mal llamada cuarentena (estamos en un aislamiento social preventivo recomendado por la OMS y visto la rápida respuesta de la Argentina, con las mejores consideraciones por el mundo científico internacional) necesitamos estar vivos. Aunque resulte no muy optimista, tenemos que prepararnos para un futuro muy próximo nada fácil, y de esta forma ir inoculando en dosis crecientes modelos mentales de control preventivo en vísperas del estrés severo al que la población de nuestro país estará expuesta desde la última semana de abril en adelante. Desde luego que leer esto resulta ingrato y puede generar enojo con el autor de la presente columna, pero los científicos tenemos que ceñirnos no a la emoción sino a los datos de la realidad. Sin bien la cifra de contagios hoy es de 1554 y la de muertes de 44, no tenemos certeza de si este número es real o es porque aún no están funcionado todos los estudios y, de estarlo, no sabemos si los mismos no están dando falsos negativos.

En ciencia está claramente demostrado que existen dos impostores; por un lado el pánico y por el otro el optimismo patológico. Ambos llevan a activar el cerebro emocional,que en este contexto es sumamente peligroso. El pánico resulta paralizante y desorganiza el comportamiento racional y el optimismo patológico relaja las medidas de precaución, como está ocurriendo en este mismísimo instante en que las calles lentamente se están volviendo a ocupar con más vehículos y peatones tanto en la ciudad y mas aún en el conurbano bonaerense.

Seamos rigurosos: o nos preparamos para manejar el estrés severo al cual seremos sometidos próximamente en nuestro país, o la reacción de ansiedad o eventualmente pánico nos llevará por delante. El cerebro funciona a 180 metros por segundo para producir una respuesta emocional y a 360 metros por segundo para producir una repuesta racional. El animal humano es un ser esencialmente emocional y secundariamente racional.

O realizamos una adecuada inoculacion (preparación) para adaptarnos y asimilar adecuadamente el estrés y adoptar adecuadas estrategias afrontativas o cambiaremos resiliencia (capacidad de salir fortalecido de las situaciones limites ) por vulnerabilidad. La alerta está determinada por la amígdala cerebral. Pertenece a unos de los sistemas más arcaicos de la especie y a la cual le debemos nuestra supervivencia hasta el presente.

Un exagerada activación de la amígdala cerebral nos induce a la ansiedad y eventualmente al pánico. Por su parte, una actitud excepcionalmente optimista nos apagaría el centro de alerta (amígdala) cuyas proyecciones hacia el lóbulo frontal son las responsables de las acertadas medidas de cuidado personal y responsabilidad social.

Por fin y por último, la recomendación de los neurocientificos a nivel internacional es comprender la complejidad estructural de una pandemia y responder con los criterios más acertados tanto en el plano de los dirigentes, que deben dejar de lado cualquier otro objetivo que no sea cuidar a la población, como en el plano de la población general, que debe desarrollar mecanismos de responsabilidad social y solidaridad.

Neurocientifico. Tesis Doctoral espacilizada en Neurobiologia. Post Doctorado en biologia molecular. Magister con Tesis Doctoral especializada en Psiconeurobiología. Autor y Co autor de diversos trabajos de investigación, libros y publicaciones científicos. Director Científico del Equipo de Neurobiologia Clínica. Asesor para organismo oficiales en el ámbito Científico, Seguridad y Defensa. Miembro Post Doc de la Society for Neurocience

 

 

fuente. infobae

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