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OPINIÓN

1 de abril de 2018

Aranguren: los dilemas entre el empresario y el ministro

El Ministro de Energía, Juan José Aranguren, declaró muy suelto de cuerpo que el grueso de su fortuna la tiene en el extranjero porque el país todavía no le despierta la confianza necesaria para traer sus capitales.

El que así habla además de ministro del gobierno que asegura que lo peor ya pasó, es uno de los titulares o, si se quiere, la cara visible de los aumentos de tarifas, una decisión que suele explicarse y justificarse hasta en los detalles pero que no por ello deja de ser socialmente antipática, antipatía que solo puede atenuarse con credibilidad o autoridad moral, atributos que Aranguren con sus declaraciones pareciera desconocer.


Un empresario amigo me dijo que yo ignoraba el funcionamiento y la psicología de los propietarios (algo de razón tiene) y por eso opinaba en términos algo ligeros e irresponsables. Según su punto de vista, efectivamente no hay condiciones en la Argentina para traer el dinero depositado afuera y el factor principal de ese recelo sería la existencia de una oposición destituyente.


Si a este argumento hay que tomarlo en serio, debemos resignarnos desde ya a que los miles de millones de dólares depositados por nuestros burgueses en el exterior no van a volver nunca porque, hasta tanto alguien demuestre lo contrario, la oposición a este gobierno seguirá siendo el peronismo, la fuerza política que nuestro empresario considera inevitablemente destituyente.


¿Es tan así? ¿Los burgueses argentinos responden a una lógica racional y utilitarista que reclama seguridades para sus capitales, exigencia que comprendería a todos los burgueses del mundo? A este interrogante me atrevería a responderlo con un salomónico más o menos, balance equitativo que habilita la distribución de los más y los menos, incluyendo a la burguesía como clase más allá de sus ruidosas e invisibles diferencias internas, salvo que alguien suponga que de los males que padece este país los burgueses criollos, muchos de ellos dependiente de las rentas del Estado y de los favores de los diferentes gobiernos de turno, son totalmente inocentes o no tienen nada que ver con las erráticas políticas económicas que desde hace por lo menos cuatro décadas han hecho de la incertidumbre y la inseguridad un clásico.


Tengamos presente que el argumento acerca de una oposición destituyente no es muy serio, entre otras cosas porque el mismo comportamiento existía antes de esta oposición destituyente, pero, además, tengamos presente que en países capitalistas desarrollados también han existido oposiciones radicalizadas y ello no impidió el desarrollo y el crecimiento. Pienso, por ejemplo, en Italia y Francia, países que durante décadas contaron en la oposición con partidos comunistas fuertes que proclamaban la dictadura del proletariado y la eliminación de la propiedad privada.


Podría decirse que los partidos comunistas fueron opositores más leales y previsibles que el peronismo, un argumento tentador pero inconducente, entre otras cosas porque no creo que esa distinción, bastante opinable, sea la que desvele a los empresarios a la hora de saber qué hacer con sus ahorritos.


Sobre el comportamiento económico y especulativo de los burgueses en general y de la burguesía argentina en particular se han escrito y se escribirán muchos libros justificándolos o criticándolos, pero en el caso de Aranguren lo que debe tenerse en cuenta es que sus opiniones no son las de un burgués más del montón, sino las del ministro de un gobierno que nunca deja de decir que su gestión es confiable, sobre todo para esa burguesía que por diferentes motivos había dejado de creer en el país.


Dicho con otras palabras, Aranguren como burgués es dueño de hacer con su plata lo que mejor le parezca, pero como ministro del gobierno de Macri sus responsabilidades son otras, es decir, son las responsabilidades de un gobierno -del cual él forma parte- que trata de convencer a los burgueses en particular y a la sociedad argentina en general que su gestión es confiable más allá de los supuestos arrebatos destituyentes de la oposición.


Si yo fuera Macri -pobre de mí- le diría a Aranguren que se decida de una buena vez: o se comporta como un burgués asustadizo o decide hacerse cargo de los deberes de un gobierno que ha decidido justamente transformar a esa burguesía asustadiza en un burguesía confiada y emprendedora por la sencilla razón de que la gestión del gobierno está creando las condiciones para que ello sea posible.


Aranguren responderá apesadumbrado que esas condiciones aún no existen. Y así dicho es muy probable que desde el punto de vista práctico tenga algo o mucho de razón. Pero entonces que se decida de una buena vez: o se suma a los equipos del gobierno decidido a transmitir seguridad acerca del destino que nos aguarda a los argentinos o se resigna y se suma al coro integrado por algunos de sus colegas asustadizos y deja el cargo que ejerce porque no es la persona adecuada para estar en la conducción de un gobierno que necesita de funcionarios que crean en el futuro y transmitan esa certeza a la sociedad, y no funcionarios que parecieran empecinados en transmitir incertidumbre, miedos, sensaciones que no vacilan no solo en pensarlas sino en hacerlas públicas, en una sintonía más propia de un opositor que de un ministro del oficialismo.

 

Aranguren debería hacerse cargo que en la actualidad es en primer lugar ministro y no un empresario miedoso o un muchacho de la barra del café haciendo comentarios sobre lo que ocurre en el mundo y sus alrededores. Un analista político, un economista, pueden darse el lujo de escribir acerca de las incertidumbres y riesgos de la actual estrategia económica, pero ese privilegio no lo puede disfrutar un ministro o un funcionario del gobierno. ¿Deben mentir entonces? Sencillamente, deben creer en lo que están haciendo, creer en su intimidad sobre las bondades de sus objetivos para transmitir esa certeza a la sociedad. Y si quiere una respuesta más práctica, le diría para su tranquilidad y la de su bolsillo, que ni siquiera está obligado a traer la plata que tiene afuera, ya que la única exigencia práctica que se le hace es que por lo menos se calle la boca.

 

Todo gobierno lidia con los rigores de la realidad, está obligado por su naturaleza a actuar con los pies bien plantados en el suelo, no puede tomarse la licencia de soltar su fantasía o darle rienda suelta a sus deseos, pero dicho esto, todo gobierno que se precie como tal y pretenda ganarse un lugarcito en la historia, apuesta a promover cambios -de derecha o de izquierda, pero cambios al fin- y esa apuesta exige diagnósticos adecuados, decisión política y -entiéndalo de una buena vez señor Aranguren- una cuota inevitable de riesgos, porque el despliegue mismo de la realidad está saturada de riesgos.


Esa relación entre riesgo e incertidumbre, entre realismo y esperanza es la que Aranguren no termina de entender y al respecto me temo que el Ministro de Energía no está solo, que lamentablemente el que en ciertos momentos parece estar solo es Macri, justamente él, proveniente del riñón de ese empresariado que con sus luces y sombras, para bien y para mal, caracterizan al capitalismo argentino, y que suponía que iba contar con la colaboración y la comprensión de sus pares de clase.


Esa tensión entre el Mauricio Macri proveniente del mundo empresario y rodeado de empresarios que no pueden hacer otra cosa que ser leales a su situación de clase y el Mauricio Macri presidente de todos los argentinos, con aspiraciones y responsabilidades políticas que lo instalan en un lugar de relativa autonomía con su origen de clase, es la que merece estudiarse, ya que el episodio de un Aranguren ministro que opina no desde su función sino desde su bolsillo es algo más que una anécdota.

Fuente:El Litoral

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