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OPINIÓN

20 de noviembre de 2017

Variaciones en torno al precio y al valor

Variaciones en torno al precio y al valor

Cuando Estanislao Giménez Corte nos propuso Terra Incognita, lo hizo con el noble material cartográfico y la metáfora de una geografía no descubierta. El magnetismo de esos elementos es innegable. La dedicación a la ciencia (relaciones de fundamentación) y a la política (relaciones humanas) permite entender, desde un lugar privilegiado, de qué se trata la metáfora de avanzar en la espesura sin coordenadas, a fuerza de machete y voluntad, iluminados por el fulgor mezquino de la razón. Como un descanso en esa peregrinación, fueron escritas estas notas de cabotaje, de bitácora, que son también una réplica del ofrecimiento de nuestro entrañable periodista, profesor y escritor para salir de la honda y abrumadora huella de la obviedad. LA MANO QUE MUEVE LOS HILOS La literatura y la lógica, las leyes hipotético-deductivas y la deriva alucinante de la intuición creativa, son dos poderosas fuerzas gravitatorias del universo humano. Avanzar en el conocimiento sociológico, sin perder de vista ninguna de estas dimensiones de la experiencia -la formal y la emotiva, la categórica y la perceptiva-, me llevó a pensar en el concepto de cultura económica. En los estudios sobre la cultura económica, se trata de investigar, por caso: ¿Cómo se relaciona el precio de las cosas, con el territorio? Es decir, cómo se conectan las abstracciones que traccionan las decisiones de los poderosos, con nuestros trayectos cotidianos. Escudriñar una determinada cultura económica podría dar respuestas a la pregunta relativa al porqué cosas tan brumosas para el común de la gente, como la política económica, el tipo de cambio, el interés o el nivel de precios, están asociadas a nuestra vida material. Desde la perspectiva de una sociología política sustentada en una geografía de las finanzas, se visualizan claramente los puntos de intersección en los que el orden simbólico se encuentra con el mundo de la materia. Se tienden puentes para vincular la abstracción absoluta del número y la materialidad de los objetos y sujetos que animan la vida en sociedad. Identificar los caracteres centrales de una determinada cultura económica es una manera de conocer más de cerca la mano que anima los hilos. EL ORDEN DE LA REPRESENTACIÓN DEL DINERO EN LA FICCIÓN En cierta literatura contemporánea, y en el cine, son innumerables los relatos de las experiencias relativas al dinero y al valor. Recientemente apareció un libro muy interesante de Alejandra Laera, “Ficciones del dinero” (FCE, 2014). En él se busca identificar las actitudes no-convencionales hacia el dinero, es decir, captar mundos que penetran lo real, pero que provienen del exterior del contexto de la economía política contemporánea. Leyéndolo, me acordé de varios pasajes vinculados a la reacción de las personas ante el dinero, a la sumisión y -esto es lo fascinante- a la filosofía que es capaz de producirse en torno al dinero. Un hombre, que gana una fortuna en el casino, antes de irse, pide que coloquen todos los billetes en un maletín. Al llegar a la habitación del hotel, lo abre sobre la cama. Los fajos caen pesadamente y van formando una pila, mira por un momento todo ese papel desparramado, y se pega un tiro (Piglia sobre el cuento nunca escrito de Chéjov). En la película de Lyne, un millonario maduro ofrece pagar un millón de dólares a una joven pareja, a cambio de que la mujer ceda pasar una noche con él (“Propuesta indecente”, Paramount Pictures, 1993). En “El Zahir”, un mozo le da una moneda de vuelto a un parroquiano que venía de un funeral y decidió tomarse una copa de caña en el almacén, en el trayecto de regreso a casa. Esa moneda lo lleva a pensar que “no hay moneda que no sea símbolo de las monedas que sin fin resplandecen en la historia y en la fábula” (Borges, “El Aleph”, 1957). Esa es una cualidad extraordinaria del dinero: es representación, en él están contenidas todas las cosas que hace posible adquirir, pero representadas. En una de las tantas obras maestras de los hermanos Coen, un hombre sale de cacería, al tomar posición y observar el escenario con su mira telescópica, advierte que en el lugar hubo una masacre, un enfrentamiento entre bandas armadas. A lo lejos, ve que alguien está sentado debajo de un árbol y se dirige hacia él. Cuando llega, se da cuenta que está muerto y que sujeta un maletín. Con actitud reverente y respetuosa, se lo saca de la mano. Está repleto de dólares. Se lo lleva. Es perseguido y asesinado. Ese inesperado botín transformó una vida común en una teleología trágica (“No es un país para viejos”, novela de Cormac McCarthy, escrita en 2005, llevada al cine dos años después por Ethan y Joel Coen). LOS SERES IMAGINARIOS DE LA OPACIDAD Y EL PRECIO DEL RESPETO “A veces parece que el dinero tiende a reproducirse solo”, observó Thomas Piketty en una abdicación a la magia, inusitada para un economista profesional (“El capital en el siglo XXI”, FCE, 2014). Esa capacidad, digna de los seres imaginarios -del Fénix, por ejemplo- es también un signo de su insondable oscuridad, de su inocultable atrocidad. El sistema financiero al que pertenece, ese lugar donde se procura captar la espacialidad del dinero, tiene la arquitectura característica de “El Proceso” (Kafka, 1925). El sistema financiero organiza la guerra y organiza la paz. Es una de las instituciones más complejas que ha creado la humanidad. En los términos de una nota periodística, podríamos decir, con Arrighi, que desde la época de los banqueros holandeses, capaces como ningún otro grupo hasta el momento (siglo XVII) de obtener beneficios del aporte de finanzas, al capitalismo le viene creciendo una joroba por encima del mercado y de la gente común. Está la gente que labura toda la vida y con suerte se jubila y se va a Mar del Plata o Camboriú en octubre o abril, están los empresarios cuyas empresas traccionan el crecimiento de la economía y están los financistas. Habitantes del mundo de las altas finanzas, de papel satinado y corbata, transitan su hábitat, esa zone d‘opacité, que es, para Braudel, el verdadero hogar del capitalismo. A escala subjetiva, en relación a la capacidad del dinero para producir una escala de valores, podríamos seguir el hilo de una de las ideas de Georg Simmel concebidas en 1900. Él nos hace pensar en el desprecio y los peligros a los que se exponen las prostitutas callejeras, y -por contrapartida- en el respeto que la dama de compañía del magnate de turno, devenida actriz o conductora de televisión, suele recibir en los salones. Hace más de un siglo, el autor de “Filosofía del dinero” sostuvo que las cosas serían valoradas según su precio. ¿Acaso no hay quienes le sienten mejor sabor al vino más caro? (*) El autor es docente e investigador en Ciencias Sociales. Profesor de Geografía egresado de la Facultad de Humanidades y Ciencias (FHuC) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Tesista de la Maestría en Ciencias Sociales que dirige el Dr. Víctor Ramiro Fernández, en dicha Casa de Altos Estudios.

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