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ROSARIO

11 de enero de 2021

Jóvenes y coronavirus, una conjunción que se construye como peligrosa

La veda a la circulación nocturna se impuso sobre todo por los adolescentes. Opinan referentes de Argentina y Latinoamérica.

“Los que más se descuidan son nuestros jóvenes”, lanzó el presidente Alberto Fernández los primeros días del año, a la par que les pidió “no jugar con fuego”. Poco después, ante la suba de contagios por coronavirus, en especial desde la segunda quincena de diciembre y en la franja etaria de adolescentes y jóvenes, reunió a los gobernadores para consensuar estrategias de contención de la pandemia, entre las que finalmente sobresalió la imposición de una veda a la circulación nocturna. Fiestas clandestinas, aglomeraciones en playas y plazas, reuniones de amigos donde no se atienden las medidas mínimas de prevención, son figuras que se reiteran para nutrir un discurso de señalamiento e incluso culpabilización de los pibes argentinos, aunque esas imágenes no representen a todos. En rigor, ¿son los nuevos y principales vectores de propagación del virus? ¿Qué hay detrás de sus conductas luego de un año de encierro, cuando el país intenta surfear la famosa segunda ola de Covid?

“Falta comprensión, empatía y reconocimiento de la realidad de los jóvenes; pensar cuáles pueden ser sus espacios de sociabilidad y de encuentro en este contexto; una política pública que no solo limite, penalice y controle sino que les ofrezca posibilidades y alternativas”, apunta Pablo Vommaro, doctor en Ciencias Sociales especialista en juventudes. “Los chicos en las plazas sin distancia ni barbijo así como las fiestas en la costa existen pero hay otras imágenes invisibilizadas. Por ejemplo, ¿quiénes hacen los repartos a domicilio? Jóvenes trabajadores precarizados que se expusieron durante toda la pandemia. ¿Quiénes son los médicos residentes en primera línea? Son jóvenes también. Falta reconocimiento y escucha hacia las juventudes, establecer un diálogo genuino”, señala Vommaro, profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires, Conicet y Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales).

El especialista recuerda que los jóvenes en la Argentina suman entre 12 y 15 millones, según cómo se practique el recorte de edades, quienes exhiben realidades diversas y complejas. “Desde que comenzó la cuarentena, los chicos sostuvieron la economía comunitaria en los barrios populares, ayudaron en los comedores y en las tareas de cuidado, llevaron adelante emprendimientos colectivos, se agruparon donde el Estado no llegaba o tenía dificultades para hacer pie”, recuerda. “Otros sostuvieron el estudio de manera virtual, muchas veces sin asistencia, con problemas de conectividad, compartiendo dispositivos con otros miembros de la familia, en condiciones de hacinamiento que no eran las mejores para las tareas escolares. Pero el discurso desde el mundo adulto los culpabiliza y criminaliza, sin darles participación en el diseño de los protocolos”, advierte Vommaro, referente sobre estos temas en el país y en Latinoamérica.

En una línea parecida se expresa Pedro Núñez, investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de América Latina (Iicsal)/Conicet de Flacso. “Es complicada cierta construcción muy homogénea sobre qué es la juventud, como si hubiera una única juventud y fueran todos los jóvenes los que transgreden y ponen en peligro a la sociedad en su conjunto”, apunta. Para Núñez, se verifica “la construcción de un chivo expiatorio, un proceso de estigmatización hacia un grupo social”. Dice que esto no es novedoso porque la juventud “siempre está atravesada por un discurso de irresponsabilidad, rebeldía y poco apego a las normas desde el mundo adulto, que se pone como parámetro moral y se asume como responsable y maduro”.

Demandas  

Lo cierto es que no se consideraron las necesidades y demandas de los jóvenes, subraya, justo cuando están terminando de estudiar, eligiendo una carrera, en búsqueda de un empleo o de disfrutar del espacio público. En cambio, “se los pretende responsabilizar del contagio de sus seres queridos, cuando no sabemos si transgreden más la norma que otros grupos etarios, si esperan o no unos días para ver a sus abuelos después de una juntada con amigos, sin contar que un montón de jóvenes no salen porque no todos tienen la posibilidad del ocio”.

La mirada que registra la psicóloga Cecilia Gorodischer, docente investigadora de la UNR que trabaja con adolescentes, va desde el inicio de la pandemia, en marzo de 2020. “Los jóvenes durante los primeros meses tuvieron una actitud de suma responsabilidad. Con el paso del tiempo esa posición tan respetuosa se relativizó porque no se puede sostener permanentemente la falta de comunicación y el encierro. Desde hace unos meses la responsabilidad ha ido decayendo y en este momento tiraron la toalla, entonces hacen una vida casi normal y cuesta mucho que sean conscientes de que el peligro existe y de que ellos son posibles transmisores de ese peligro”, analiza.

A Gorodischer le parece erróneo culpar a los adolescentes por el aumento de los contagios y hasta por la actitud que algunos asumen de relajar los cuidados. En cambio cree mejor conversar con ellos sobre valores que como generación tienen arraigados, “el cuidado de la naturaleza, del otro, la vertiente social y comunitaria, la dimensión ecológica”. Según la terapeuta, se trata de valores ya incorporados, de allí que los sostienen y defienden. “Los jóvenes, a diferencia de los adultos, no declaman, hacen lo que pueden. Y han hecho mucho esfuerzo, como por ejemplo los alumnos de quinto año que perdieron un momento irrepetible de sus vidas”.

Si los jóvenes tienen algo para decir, ¿por quién son escuchados? Para Vommaro, de Clacso, el mandato adultocéntrico impide tener un diálogo, ya sea familiar o institucional, dado que por ejemplo no hay convocatoria desde los gobiernos a mesas de diálogo a pesar de que existen múltiples referentes juveniles de distintas organizaciones (estudiantiles, partidarias, religiosas, deportivas). “No hay perspectiva juvenil en las políticas públicas, ahora vino el verano y nadie parece haber pensado en eso, nadie lo previno. Se pensó en la cuestión turística, en los permisos, pero no en los comportamientos sociales”, desliza en tono de queja. “¿Quién va a la playa, al río, a los campamentos? Mayormente los jóvenes, no las personas de 80 años. Ahora que se clausura la noche, ¿qué va a pasar con los chicos que estén en la calle? ¿Cuáles son las alternativas para ellos? La punición es necesaria muchas veces pero debe ser el último recurso. Me parece que falta un discurso de responsabilidad colectiva más que de responsabilidad individual juvenil”, cierra Vommaro.

Y hablando de discursos y comunicación, el experto Pedro Núñez observa, además de poca reflexión sobre el sector juvenil y ausencia de políticas específicas, que socialmente no se los interpela ni se les brinda un horizonte más allá de los llamados toques sanitarios. “¿Por qué no pensamos el uso del espacio público en distintos horarios, cómo hacemos el ingreso al mercado de trabajo, cómo acompañamos la escolarización, cómo generamos políticas culturales? Los jóvenes de todos modos se van a juntar: muchos quieren salir de sus casas porque algunos hogares son lugares opresivos y porque en esta etapa los lazos sociales son fundamentales”, insiste. La clave, desde su punto de vista, “es garantizar espacios de reunión responsables y relativamente seguros, acaso peatonalizando calles, ampliando veredas, con recitales en lugares públicos sin aglomeración”.

Núñez ve más bien un espacio común poblado de promotores antes que de policías, donde se alienten los vínculos antes que los temores y se pueda accionar en términos de derechos y obligaciones ciudadanas. “No hay una solución única, son muchas políticas distintas las que necesitan los jóvenes. La estructura social tiene una complejidad que requiere la toma de decisiones según varias variables porque los jóvenes que están en la noche no son solo los que van a bailar sino también los que laburan y los que cartonean”, apunta, trayendo a colación “una cuestión dejada de lado, la clase social”.

Por su parte la psicóloga Gorodischer concluye: “Las generaciones más viejas debemos tener paciencia y asumir nuestro rol de formadores, de dar el ejemplo. Por suerte la tecnología y la virtualidad mostraron sus limitaciones más allá de todo discurso teórico: los mismos jóvenes en un momento quisieron juntarse, abrazarse, relacionarse. Volvieron a lo humano. Ahora tenemos que seguir insistiendo en la necesidad de cuidarnos del virus, incorporar como adultos los valores de lo comunitario”. Ese divino tesoro.

“En los barrios hubo conciencia de cuidar al otro”

“Es mejor hablar de juventudes que de juventud porque hay distintas condiciones materiales de existencia, distintas maneras de transitar las juventudes y por ende la pandemia”, afirma Luciano Vigoni, director municipal del programa Nueva Oportunidad, que en 2020 trabajó con casi tres mil jóvenes de sectores populares. “El sector que tiene necesidades económicas atravesó la cuarentena con mayor penumbra pero con mucho cuidado. En los barrios los pibes estaban en la calle sin aglomeramientos porque hubo conciencia de cuidar al otro”, relata.

El programa, que acaba de recibir una distinción internacional de la Unesco, siguió presente en el territorio durante la cuarentena, con hincapié en la inclusión y lo vincular. “Los encuentros no fueron masivos, hubo mucha responsabilidad y uso de barbijo. Algunos grupos se capacitaron y fueron a visitar a adultos mayores; confeccionamos barbijos para el sistema de salud, hicimos pan dulce, producción agroecológica, charlas con organizaciones sobre violencia de género, derechos humanos, violencia institucional y hasta encuentros culturales, entre otras cosas”, enumera el joven funcionario.

“Desde el Nueva Oportunidad acompañamos con propuestas y pensamos el aislamiento no de manera individual sino comunitaria (es decir que el cuidado tiene que ver con el otro), incorporando a las organizaciones y a los vecinos para habitar un escenario de incertidumbre”, recuerda, valorando el rol del Estado, en este caso municipal. La decisión fue “hacer foco en la población que está más en riesgo, hacer un abordaje junto a la población, tener cercanía. Trabajamos el eje de lo educativo y de lo productivo”.

Todo esto sucedió allí donde los jóvenes tienen más presión para salir a hacerse el mango diario que para divertirse, advierte, y donde las fuerzas de seguridad se mostraron con mayor presencia para ejercer controles, no siempre armoniosos.

Fuente:La Capital

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