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KIRCHNER

26 de octubre de 2020

Cuatro años de buen gobierno en un país repleto de malas gestiones

Kirchner pensaba en 20 años de poder. La biología dejó trunco ese intento. Un peronista que amplió los apoyos en sectores de la progresía.

Néstor Kirchner supo siempre que el poder es tener siempre una reelección a mano, caja y obra pública. Por eso su plan estratégico era mantener a su espacio 20 años en el poder. Viniendo desde la casi nada, desde Santa Cruz, desde el 6% de intención de voto al inicio de la campaña.

   La aparición de Kirchner como candidato presidencial prohijado por Eduardo Duhalde resultó inesperada para muchos, pero no tanto para algunos, los que fumaban debajo del agua del poder.

El martes 23 de septiembre de 2002, en la Quinta de Olivos, mientras el sol del mediodía y la sobremesa convocaban a una de esas modorras que tan bien describe Juan José Saer, con un cigarrillo en la mesa, el operador de cien mil batallas, Juan Carlos Mazzón (a quien este periodista llamaba cada diez días para tener información en off), acerca su silla y larga un vaticinio que, de cotizar, hubiera pagado fortunas. “El presidente no entiende que el Lole no va a ser. Va a venir Lupín y nos va a romper el culo a todos”. Lupín era Néstor Kirchner.

   Kirchner ganó las elecciones imantado por los habituales dadores de progresismo de aquellas épocas. Basta con recordar que Jorge Lanata, Alfredo Leuco y Elisa Carrió, entre centenares de almas bellas publicaron cartas o se pronunciaron mediáticamente, apoyando a Kirchner.

   Si la muerte embellece a las personas, enfrentar a Carlos Menem era maná del cielo para el que estaba enfrente. Kirchner había entrado al ballottage con menos porcentaje de votos que de pobres (el riojano había sacado más votos), pero de ahí en más se convertiría en una máquina de poder. Menem se bajó y Kirchner comenzó a edificar su plan a 20 años. Todos los periodistas del “establishment”, como dicen ahora los kirchneristas, les chupaban las medias a Kirchner.

   En política se habla mucho de “la muerte del padre”, y algo de eso pasó con Kirchner respecto de Duhalde. En poco menos de un año, el santacruceño le había arrebatado al caudillo bonaerense casi toda su estructura de barones, caudillos y aparatos por el estilo. Nada mejor que graficar la situación para saber quién era también Kirchner con un tramo del libro “El Flaco”, de José Pablo Feinmann, al fin un escritor de la casa K

   En una mesa de la Quinta de Olivos el entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, estiró un enorme mapa de la provincia de Buenos Aires. Entre copas de vino Rutini, el presidente puso un dedo sobre el mapa. “La pegaste. Porque ahí, justo ahí, no tenemos a nadie”, dijo Fernández. “Lo único que te puedo decir es quién es el más barato” para comprar, reforzó Fernández ante el silencio de Kirchner. El puntero más barato pertenecía al partido del ex comisario Luis Abelardo Patti. Kirchner aceptó ir por el seguidor del violador de los derechos humanos y largó una frase cargada de ironía hacia Feinmann: “Esto es política. ¿cómo se lo explico a los progres?”.

   Ese Kirchner entendió también que el mejor placet de inmunidad para su gobierno era coptar a los organismos de derechos humanos. Y así lo hizo, bajando el cuadro de Videla o diciendo en una asamblea de la ONU que todos debían considerarse hijos de las Madres de Plaza de Mayo.

   Pero el ex gobernador santacruceño no tenía complejos. Si Cristina gobernó contra Clarín, Néstor gobernó con Clarín. El hoy presidente de la Nación era el mandadero de Kirchner para reunirse con los editorialistas de Clarín y La Nación, y siempre se dijo que Fernández recibía antes de imprimirse de qué iba la tapa del Gran Diario Argentino. Hasta que vino el “Clarín miente”, el conflicto con el campo y la Presidencia de Cristina, ella sí enemiga acérrima del emporio.

   Para Kirchner tener el poder en la mano era sinónimo de estabilidad, superávits gemelos, dolar alto pero controlado y retórica progresista. ¿Lo logró? Sí. Objetivamente el gobierno 2003-2007 tuvo más cosas buenas que malas. Hubo un factor casi volcánico que proyecto a favor: las tasas chinas. Comparado con el aquí y ahora, Argentina era un fiesta.

   El error de Néstor fue haber subestimado la realidad. Dicen lo más viejos del bar que el santacruceño debió haber ido por otro período en 2007 y después sí dejarle el trono a su mujer. Todas aquellas historias de doble comando, “el y ella” y el poder bifronte limaron la gobernabilidad, hasta el punto de haber llegado al voto “no positivo” de Julio Cobos, que pareció derrumbar al kirchnerismo.

   Todo lo demás es historia conocida. La muerte de Kirchner potenció las aspiraciones electorales de Cristina, quien fue reelecta y, a los cuatro años de irse, designó a Fernández como candidato presidencial. Cristina lleva la marca de fábrica impresa con la letra K, la de Néstor, aunque a la hora de gobernar no se parezcan en mucho.

   Hay una frase que Néstor les decía a los empresarios y que lo definía mejor que nada: “No escuchen lo que digo, miren lo que hago”.

Fuente:La Capital

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